En el vasto ecosistema de las redes sociales, donde la notoriedad se mide en visualizaciones y cada instante puede convertirse en una ventana a la fama, ha surgido un fenómeno que mezcla adrenalina, precariedad y deseo de reconocimiento.
Se trata de una tendencia que ha ganado una sorprendente popularidad en países como Brasil, Colombia o Perú, y que tiene como protagonistas a jóvenes (en su mayoría de entornos desfavorecidos) que se graban realizando peligrosas acrobacias de Stunt.
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Estos vídeos no solo capturan la atención por el riesgo implícito, sino también por la estética que los rodea: ropa completamente inadecuada, como pantalones cortos, camisetas de tirantes, zapatillas de estar por casa, chanclas, o incluso descalzos. Y todo esto, en urbanos degradados que refuerzan el carácter crudo y desafiante de la propuesta visual.
Así es el Stunt callejero más transgresor
Aunque el amor por la exposición al riesgo no es nuevo, esta corriente destaca por su creciente protagonismo en los países sudamericanos, donde las motocicletas (tanto de baja como de media cilindrada) no solo son un medio de transporte, sino un símbolo de libertad, identidad y, en muchos casos, supervivencia económica.
Así pues, plataformas como TikTok, Instagram y YouTube, han servido de trampolín para que miles de jóvenes pilotos compartan sus habilidades en el Stunt, desde caballitos hasta derrapes y maniobras extremas sin ningún tipo de equipamiento de seguridad.
Pero más allá de la espectacularidad, lo que realmente diferencia este contenido es la narrativa visual que lo acompaña: entornos polvorientos, calles mal asfaltadas, ropa provocativa o completamente ajena al mundo de las dos ruedas, y un lenguaje corporal desafiante que mezcla orgullo, transgresión y vulnerabilidad.
En muchos casos, estas publicaciones se convierten en virales no solo por el riesgo, sino por la estética casi cinematográfica, sin filtros ni maquillaje, que conecta con un público global ávido de autenticidad.
La moto, en este contexto, no es solo un vehículo. Es un elemento cargado de simbolismo. Para muchos de estos jóvenes, representa una forma de escapar de las limitaciones impuestas por su entorno social. La moto es movilidad, autonomía y, gracias a los móviles y las redes, también una puerta hacia la fama digital.
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No se trata de simples maniobras de Stunt temerarias, es una puesta en escena donde el riesgo se convierte en narrativa, y la ausencia de protección es parte del mensaje de desafío al orden establecido.
En algunos casos, estos vídeos actúan como carta de presentación para atraer seguidores, marcas de ropa urbana o patrocinadores locales. Aunque no siempre generen ingresos sustanciales, sí permiten alcanzar una visibilidad que de otro modo sería imposible.
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En un entorno donde la exclusión es cotidiana, muchos jóvenes encuentran en las redes la posibilidad de reescribir su historia a través de la espectacularización de su realidad.
Obviamente, al mismo tiempo, este fenómeno genera incomodidad y rechazo en muchos sectores, especialmente entre quienes denuncian los riesgos de normalizar conductas peligrosas, la perpetuación de estereotipos de género y la romantización de la pobreza como recurso visual. La crítica apunta no solo al contenido, sino a la lógica de plataformas que premian lo extremo, lo provocativo y lo sensacionalista.
El fenómeno plantea preguntas fundamentales: ¿estamos ante una nueva forma de expresión urbana que canaliza la frustración social en clave visual? ¿O ante una peligrosa glorificación del riesgo y la marginalidad? ¿Dónde acaba la creatividad y comienza la explotación del contexto?
Veremos cómo acaba esto. Eso sí, vemos mucho dolor y quemaduras por asfalto. Ojo, con piedrecitas por dentro de la piel y curas dolorosas en interminables durante semanas… Como dirían por ahí. “Ya tú sabes”.
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