No es la primera vez que hablamos de combustibles alternativos que son capaces de absorber CO2 de la atmósfera. De hecho es la gran baza para que los motores de combustión sigan adelante y cumpliendo con las normativas de contaminación que entrarán en vigor el los próximos lustros. El concepto es sencillo y la realidad compleja: se trata de capturar el CO2 que hay en el ambiente y a través de diferentes procesos convertirlo en combustible que, tras ser quemado, devuelve a la atmósfera ese CO2. Teóricamente esto implica una emisión neutra CO2. Como decimos el concepto es perfecto, pero llevarlo a la práctica es otra cuestión ya que actualmente se necesitan grandes cantidades de energía para que eso sea posible y con el déficit energético eso supone un gran problema.
Pero aquí es cuando la ciencia vuelve a sorprendernos al conocer el proyecto funcional que tiene en marcha la Universidad ETH Zurich, y que ya está consiguiendo convertir el aire que respiramos en combustible. Sí, has leído bien. Es un proyecto complejo que ya está dando resultados en su fase experimental. ¿Hablamos de magia? No, hablamos de ciencia y un entramado que en la práctica suponen una minirefinería en el techo de la universidad.

El proceso al que se somete el aire antes de ser gasolina no es tan sencillo como meter aire en una caja o algo así. Lo primero que hay que hacer es extraer tanto el agua como el CO2 del aire en un proceso que es similar al de cualquier combustible de este tipo. Luego es cuando se introduce en el reactor en el que comienza el proceso químico y en este punto es en el que entra en juego el astro rey. Un espejo parabólico concentra la luz del sol hasta un reflector que la la enfoca al reactor solar donde se alcanza una temperatura de 1.500ºC. Este reactor está construido en óxido de cerio y con el calor libera el oxígeno a la atmósfera.
Con el CO2 y el agua atrapadas y después de que tras su paso por el reactor el oxígeno haya desaparecido de la ecuación se obtiene monóxido de carbono e hidrógeno, es decir gas de síntesis, que es la base de un gran número de combustibles. En este caso, la minirefinería cuenta con dos reactores para ser más productiva y un sólo espejo parabólico móvil que sólo es necesario en el inicio del proceso. Con este sistema de pruebas se consiguen 100 litros de gas de síntesis al día.

Pues bien, ahora que ya se tiene ese gas de síntesis se consigue licuar en la tercera fase en la que se obtiene el metanol que, al usar diferentes catalizadores se podría convertir en gasolina o queroseno. Se trata pues de un experimento realmente esperanzador aunque, como siempre, hay un pero. Quizás hayas pensado en la autoproducción poniendo uno de estos en el tejado de casa y suena bien en tu cabeza. Sin embargo en estos momentos y tras todo el proceso se obtiene una cantidad de combustible irrisoria: una cucharada al día. De hecho, los cálculos indican que para conseguir la producción que necesita la aviación comercial (414.000 millones de litros de queroseno en 2019) es necesario 45.000 km2 de desierto o, lo que es lo mismo, el 0,5% del Sahara.
A esto hay que sumarle que los costes de todo el proceso, ya que son los propios científicos del proyecto los que también estiman que para que el precio final del producto fuese competitivo frente al combustible fósil, se necesita que los combustible solar suponga entre el 10 y 15% del mercado. Es decir, la viabilidad de este tipo de proyectos depende puramente de la industrialización a gran escala. A pesar de todo, se trata de un experimento esperanzador que puede abrir la puerta a un mañana con emisiones de CO2 neutras, aunque todavía habría que contar con otras emisiones de los vehículos como el NOx (Oxido de nitrógeno) que tantos quebraderos de cabeza da en las ciudades y que es el responsable de las capas amarillentas de las granes ciudades, las famosas “boinas”.