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Racer Explosion 2018: la edición más explosiva de las motos cafeteras

Fotos: Ángel Pérez
Para esta tercera edición del Racer Explosion participamos con una de las novedades 2018, la Ducati Scrambler 1100 Special. De esa forma pudimos comprobar cómo el Racer Explosion va más allá de la historia viva del motociclismo, para sentirse sobre la pista como la cultura más dinámica de la moto.

El Racer Explosion 2018 coincidió con un día de San Juan en el que el calor apretó de lo lindo, para que las altas temperaturas convirtieran el recinto del circuito ribereño en la olla que tradicionalmente fue durante la celebración de los grandes premios pasados. Aficionados de Madrid, apasionados del Cafe Racer venidos de todas partes, o curiosos encontradizos, sin más, se dieron cita en el Jarama, para dejar finalmente entre los organizadores la sensación, y la satisfacción, de que fue mucho el público que asistió a su evento, a pesar del verdadero fogón el que se transformó el paddock madrileño.

Motos de ayer, con un pasado relativamente reciente, y otras que sonaban como testimonio vivo de la época más pretérita, se daban cita junto a neoclásicas actuales que, envueltas en el aire más retro, guardaban en su seno la tecnología más vanguardista. Una particular amalgama que se extendía por el paddock como una auténtica exposición de la moto de ayer, y de la moto de hoy inspirada en el pasado, y en la introdujimos para confundimos con sus participantes, para integrarnos y vivir desde dentro, y desde luego sobre el asfalto del Jarama, la pasión por el sabor más rancio y uno de los más puristas de la moto, el Café Racer.

Las más pequeñas del pasado también estuvieron representadas en el Racer Explosion

Entre las numerosas protagonistas, encontramos algunas repetidoras que, con su caché y con su exclusividad, dieron nuevamente el carisma que representa al Racer Explosion. Pero también encontramos otras nuevas y primerizas que engrosaban la numerosa inscripción, tanto como para llenar las dos tandas en las que fue dividida la lista para poder rodare en orden sobre el trazado en activo más histórico de La Península.

Desde Harley-Davidson hasta Royal Enfield, desde Mash hasta Triumph, las marcas más legendarias contaban con dignas representantes de su emblema. También participaban las japonesas que protagonizaron los sueños de una generación completa en nuestro país, unas motos que los jóvenes de entonces tan sólo podían conducir en ese espacio onírico, con un privativo abismo de por medio con la realidad que vivían el resto de los europeos, o los afortunados de Ceuta, Melilla y Canarias.

Una imponente Guzzi de los 70 preparada para resistencia

Por otro lado, no podían faltar las creaciones de los constructores y escultores más afamados del estilo cafetero, entre los que no podía faltar XTR Pepo, que esta vez acudió con una obra espectacular a la que había titulado Pata Negra.

Pero de todo los visto y expuesto sobre el paddok del Jarama, tal vez el detalle que más nos había llamado la atención en ediciones anteriores, y que nos la ha llamado más aun en ésta de 2018, ha sido uno realmente esperanzador para el futuro de esta este estilo motociclista. Aparte de talludos nostálgicos y de motoristas maduros, junto con otros metidos de lleno en la tercera edad, encontramos muchos, muchos jóvenes, tanto visitando el recinto como participando en esta particular rodada, con tanta o más pasión que los más mayores.

La Mash más deportiva, con su neoclasicismo más de moda, también estuvo en el Jarama

¡Al ataque!

Llegó la hora de salir a la pista. Un momento único del Racer Explosion en el que eclosionaban las sensaciones que transmite en cada curva un trazado inscrito en la leyenda, vividas sobre las motos que antaño llevaban a cada aficionado hasta este circuito para presenciar en él sus momentos de máximo esplendor.

Sobre el pit lane abrasado por el sol, la pista se percibía complemente diferente tras el manillar de la Ducati Scrambler 1100 Special, y más aun después, al pisarla rodando sobre unos neumáticos del taco tan particular que labran los Pirelli MT 60. Si bien es verdad que apenas transcurrida la primera vuelta, todo parecía entrar en armonía con el trazado y también con un evento que crea sobre el propio asfalto un ambiente muy personal. Sí, porque uno puede asistir a cualquier rodada y encontrar, lógicamente, las motos más evolucionadas del momento, con las aceleraciones y las velocidades de auténtico vértigo que leemos en las crónicas de los campeonatos regionales y nacionales. Pero lo que uno no puede imaginar en 2018, dentro de un circuito, es algo tan insólito como divisar una silueta recortada sobre el ángulo Bugatti que parece traída desde los tiempos en blanco y negro del mismísimo Tourist Trophy. Medio minuto más tarde y sobre la recta, se confirma el viaje en el tiempo que había hecho su protagonista, Antonio con sus más de 70 años, para participar en el Racer Explosion a lomos de su mítica Norton Manx. Lo cierto que casi nos sentimos autores de una falta al respeto por rebasarle de una forma cobarde y rastrera, abusando del abismo que separaba su monocilíndrico de 500 con nuestra moto de 1100, un abismo de casi 70 años y vaya usted a saber cuántos caballos y cuánta geometría y nos da la risa, si hablamos de electrónica.

Una de las preparaciones sobre BMWs bóxer

Al iniciar el ascenso a la rampa Pegaso, encontramos delante un colín tan escueto como el propio piloto rojo que lo contenía. Una imagen también nada habitual en las pistas, hoy día, que además nos hace difícil identificar la moto, incluso después de observar los dos círculos que dibujan abajo el final de sus escapes. Después, en el incomprensible paso por la reducción de fonos, pudimos adelantarla y reconocerla, para sentirnos nuevamente casi como los autores de otro agravio a una gran señora. Se trataba de la inolvidable Suzuki Katana 1100. Y es que resulta imposible hoy día transmitir a alguien, que no vivió el principio de los ochenta, la magia y el carisma que transmitía esta moto tan sólo al contemplarla aparcada en una acera. Sí, resultaría imposible, aunque expusiéramos juntos una docena de los modelos más espectaculares y sofisticados del mercado actual.

Y al sumergirnos en el vértigo del gran peralte que perfila las eses de Le Mans, descubrimos en perspectiva el final de una carrocería, rematada por un alerón, que se erige sobre una rueda pequeña y de rollizo perfil. Otra figura emblemática de un tiempo pretérito que paseó su majestuosidad por las autopistas y las carreteras de principios de los noventa. Efectivamente, blanca y roja, era una Yamaha FJ1100 balanceando su tonelaje de una curva a otra, moviéndose con la misma clase de antaño, para hacer otro aporte con clase al Racer Explosion de este año.

Preparación sobre una Honda CB de los setenta, junto a un motor Bóxer de BMW listo para montar

Lo cierto es que en esta reunión tan particular se podían ver retoques de época sobre algunas japonesas, como el colín moldeado con forma de spoiler, para evocar a las motos que competían en el mundial de resistencia de entonces. También una GSX-R antigua, pintada con los colores del Heron-Suzuki que se identifica de inmediato en la memoria con la figura de Barry Sheene, una leyenda que se hizo dueña del propio Jarama durante el final de los setenta. O también podemos encontrarnos en la pista, tal y como nos ocurrió, con una Ducati 1000 SS, coetánea de la Paul Smart, que nos rebasa como un avión en plena la recta, para recortar su opulenta silueta sobre la estela sonora que dejan los dos escapes apuntando al cielo.

El Racer Explosion se vive desde dentro con una particular excitación que nos lleva por la pista con un ritmo intenso pero pausado, con la emoción de la velocidad pero con el poso de la historia y el deleite de la cultura motorista. Algo así como el Rich man’s blues, eléctrico y potente, que de una forma espontánea, empezó a sonar en nuestra mente al conducir la Ducati Scrambler 1100 Special, mientras nos llevaba por rincones como el de la hípica, la curva más elevada del circuito, o mientras negociábamos la rapidísima Varzy a un ritmo muy por encima al que cabría suponer para una moto con rasgos de trail y remates de custom.

Una de las primeras Suzuki GSXR1100R en acción

De esa manera, la novísima Ducati nos permitió jugar, con su aire retro y su empuje de locomotora, en la cuesta que forma la salida de Bugatti, imaginando, soñando con lo que vimos hacer muchos años atrás a Cecotto o a Lavado. Nos permitió tirarnos a la cuesta que forma el peralte de Monza para evocar aquel adelantamiento in extremis que dio a Spencer su primer Mundial de 500 cc frente al intocable marciano, o nos llevó a vivir la irrepetible vuelta de honor que, en honor de multitud, dio Carlos Checa tras ganar aquella carrera de 500. Sí, esta Scrambler 1100, con su metal, con su aire heritage y con su sonido desmodrónico, nos permitió disputar la frenada a una Thruxton o a una Yamaha Bulldog, o nos llevó a emparejarnos en la recta con una RGV 250, aquella bala que formó en nuestro país la base para una Copa Suzuki.

Con el buqué de un buen café

Y así una escena tras otra, vivida no sólo con la eléctrica excitación que siempre provoca el mero hecho de rodar en una pista, sino formando parte de una experiencia más intensa y profunda, con la que el Racer Explosion te lleva a evocar momentos del pasado que tal vez nunca se dieron, y que por eso representan un auténtico viaje en el tiempo y en la fantasía, a través de la cultura más dinámica, sobre la pista en activo con más historia de nuestro país.

Todavía hoy suena en nuestra cabeza ese eléctrico Rich man’s blues al redactar este texto para describir cómo es el Racer Explosion 2018 vivido desde dentro. Esa partitura ha quedado grabada en nuestra mente, más que como una banda sonora, como una impronta personal del Racer Explosion y que probablemente escucharemos cada vez que evoquemos esta experiencia. Así, hasta el año que viene, cuando llegue de nuevo, allá por la primavera de 2019, la cuarta edición de este entrañable encuentro cafetero.

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