Si alguno se estrenaba en Caravia con el Motorbeach 2018, lo que allí pudo ver no ha sido ni lo habitual ni lo que se esperaba. O al menos no lo que se pensaba porque aunque parecía que por primera vez la lluvia no estaba invitada, lo cierto es que vino rodeada de más amigos que la liaron parda.
El jueves llegó el primer anticipó, pero el viernes se montó un verdadero holocausto en forma de barro que anegó el recinto y los aparcamientos. Llegar a pie a la entrada no era fácil, llegar en coche imposible y en moto requería grandes dosis de equilibrio si no montabas ruedas de tacos.
Pero al mal tiempo, buena cara y grandes dosis de trabajo. Con dumpers y excavadoras, la organización fue capaz de ir sacando los coches y autocaravanas que, en los aparcamientos, se quedaban enganchados en el barro sin posibilidad de salir. En 30 km a la redonda sólo había que mirar a los pies de la gente para saber dónde habían estado. ¿Había barro? Sonrisa cómplice entre ambos.
Creo que en ningún local de los concejos de Caravia y Colunga había existencia de botas de agua. Y cuando se agotaron, llegó el momento de ingeniárselas como buenamente uno podía: botas de motocross, bolsas de plástico… o simplemente chanchas y ya me lavaré los pies en la playa, que está ahí al lado.
Por desgracia la lluvia hizo estragos: suspendió la primera edición de La Carrerona, nos impidió dar un curso de dirt track con Yamaha Faster Sons pero no pudo con el tradicional recorrido por las carreteras con encanto de los alrededores. No sabemos cuántas motos se dieron cita, pero os aseguro que debían superar el millar.
Menos motos que otros años, muchas más Camper y música de la buena. Claro que hubo decepciones y cabreos pues 25 euros de entrada (recordad que el Motorbeach se autofinancia, no hay patrocinadores) para meterse en el barro hasta el tobillo, no a todo el mundo le hizo gracia. Claro que ediciones como esta separan la paja del grano, el postureo de aquellos que son carne de festival, los newcomer de los que su ropa está desgastada por el uso y no por haberla comprado en un mercadillo.
Y después de todo, vuelta a la normalidad gracias de nuevo a otra machada por la organización: alisar el terreno embarrado, plantar césped para que crezca cuanto antes… En un mes, nadie sabrá que se ha pasado por allí. La gente llegará en septiembre a la Playa de La Espasa y disfrutará del surf, del sol (o no) y de la gente sin saber que allí, en julio, se vivió un particular Woodstock Asturiano.