Salimos temprano desde Génova, la etapa era larga y la noche llega muy pronto en este viaje otoñal. Fue difícil dejar Liguria y su gente, no tienen fama de ser los más simpáticos de Italia como si sucede en Toscana o en Umbria pero a nosotros nos trató de maravilla la tierra de Colón y de la salsa al pesto.
Nos centrábamos hoy en recorrer dos de los territorios más al norte del país ya muy cerca de Suiza y Austria, para conocer sus capitales. Es curiosa para un español como es la orografía de esta parte de Italia, no hay más curvas a medida que vas ascendiendo en el mapa a medida que te acercas a los Alpes. Es un ascenso prolongado y sin puertos mientras enciendes las luces antiniebla de la moto, porque la niebla vive en estas latitudes diez meses al año. Y lo mismo sucede con el paisaje, los campos de cereal están por aquí y las verdes laderas al sur. Es como si en Castilla habitasen los valles de Asturias y en Cantabria las altas llanuras de Teruel.
La niebla se abre a mediodía justo en el momento en el que llegamos a Turín, capital del Piamonte y antigua capital de Italia cuando era un reino y no una república. La entrada es triunfal con el río al mismo lado de la montaña y la extensa ciudad en el otro. El centro histórico está muy cuidado pero la periferia esconde una ciudad industrial, que ha crecido en las últimas décadas a toda prisa. Tal vez demasiada prisa para tratarse de Italia, donde todo parece cocerse a un fuego más lento y la estética es cosa importante.
Al no ser un centro turístico se hace especialmente agradable de patear, rodar en nuestro caso. Es de las pocas ciudades de este viaje sin partes cortadas al tráfico. La plaza Vittorio ofrece una bonita panorámica además, encontramos un buffet a un precio ridículo pero con una comida de altísima calidad. Plaza San Carlo me recordó a los soportales de la madrileña plaza mayor, un lugar fantástico para disfrutar del obligado espresso al que este viaje me ha aficionado sobremanera. Hay más puntos a visitar en la ciudad, yo os recomiendo si la niebla lo permite subir a la parte alta para observar el Mole Antonelliana, autentico símbolo de la ciudad. El resto de la visita la dejo a vuestra elección.
Milán es diferente al resto de Italia, la capital de la moda se ha europeizado sobremanera y es mas similar a Londres o Paris que a Roma, con la que no tiene nada que ver. A diferencia de las otras capitales italianas la gente no se mueve en bicicleta, todo es “postureo” y ropa de marca. A pesar de poder conseguir un buen hotel por 60 €, algo insólito que me hace bendecir el viajar fuera de temporada, Milán es una ciudad cara. Pero no es menos cierto que si disponéis de capital tiene múltiples y exclusivas opciones ajenas al resto de Italia. No debéis perdonar la gastronomía específica de la zona: rissoto milanese con osobuco y el mejor Spritz, coctel de Aperol y vino proseco, de toda Italia.
Lejos quedaron los tiempos de los Sforza, cuando disputaban gobierno y poder a Roma. Giorgio Armani, Ermenegildo Zegna y sus incontables contemporáneos son los reyes de la Lombardía de ahora. Caudillos de una ciudad que nunca calificaría como fea, no se me ocurriría después de quedarme embelesado observando su gótico Duomo adornado en su cúspide por la Madonnina, la galería Vittorio Emmanuelle, Santa Maria delle Grazie donde reside el fresco de La última cena de Leonardo Da Vinci y el Castillo de los Sforza. Pero que pese a todo su esplendor pasado y presente ha perdido el encanto íntimo de otras capitales italianas dejando en este motero un sabor diferente. Ni mejor ni peor, solo diferente.