Denominan “agriturismo” en Italia a lo que nosotros conocemos como casas rurales y después de las primeras experiencias por aquí os aseguro que van a ser nuestro alojamiento “tipo” siempre que podamos acceder a ellos. Son simplemente fantásticos.
Después del desembarco en Civitavecchia nos fuimos a Tarquinia, pueblo fundado por los etruscos cercano a Roma, donde el signore Giulio nos ofreció cena y cama en una villa idílica por 100 €. Nos podía haber pedido el doble porque la cena, esplendida a base de productos de su propia huerta, más que para dos era para cuatro.
Arrancamos la Explorer a la mañana siguiente con muchas ganas de iniciar la primera etapa y después de desayunar como emperadores. Lo de la comida en este país es una cosa muy seria y sin duda merece una entrada propia en este diario de viaje. Tarquinia es una villa cuidada, mantiene el ritmo de la Italia rural pero su muralla y pasado la diferencia de los pueblos del entorno, merece la pena visitarla.
La “strada principale” nos conduce a uno de los puntos fuertes del día, Orbetello y la península que lo une con Porto Ercole y Porto di Santo Stefano. Poco que decir y mucho que disfrutar en unos parajes que te llevan a pensar en cuanto tiempo me queda para jubilarme y si es de locos mudarme aquí. Este pensamiento me persigue con frecuencia en este país y tengo la sensación que no me lo voy a quitar de encima en todo el viaje.
Si que es de justicia conceder a estos locos italianos, solo hace falta verles conducir para obtener esta valoración, el merecido respeto por haber sabido mantener este entorno lejos de los horrores de las construcciones desmedidas y la destrucción del ladrillo que en nuestro país nos ha llevado a demoler nuestra economía y nuestro litoral para siempre.
Tras un espresso dentro de la ciudadela de Grosseto, otro punto de interés en la jornada de hoy, llegan las curvas rumbo a la Toscana: ¡Mamma mia! En un ascenso constante disfrutamos de tramos revirados hasta llegar a retorcidos con muy buen asfalto que conducen a Sienna, que nos recibe ya con la noche cerrada y unos papardele con boloñesa de jabalí para cenar mirando cautivados el Palacio Comunal, sobran las palabras.
En Siena se abre para nosotros la Italia toscana, la Italia más imponente a mi entender. El hacerlo por la noche da una perspectiva diferente, las calles desprovistas de turistas te dejan la ciudad para ti solo en un agradecido silencio que te permite conocerla de una manera más íntima.
Paseando por sus calles dialogando sobre la jornada del siguiente día enmudecimos cuando al doblar una esquina apareció ante nosotros su catedral, il Duomo di Sienna. La más que cuestionable sensibilidad artística de este motero se vio zarandeada y pasé no menos de diez minutos sin pronunciar palabra, sin moverme, sin hacer nada. Todavía me estremezco al recordarlo y solo puedo recomendaros que cuando la visitéis, porque debéis hacerlo, lo hagáis de noche. Cuando el completo silencio de su plaza os hermane todavía más con tan magna obra de mármol blanco y verde.