La primera vez que supe de Liguria fue en una revista de viajes este último verano. En ella había un reportaje sobre una región llamada Cinque Terre (Las Cinco Tierras) y fue uno de los primeros motivos para elegir Italia como destino de este viaje.
Nunca imaginé lo mucho que iban a cautivarme estas tierras, ni la profunda impresión que en mi causarían. A todo esto hay que sumar que venía de Toscana, auténtico paraíso para todo motero y lugar deseado en una futura jubilación, lo que dejaba el listón muy alto.
El desayuno en Viareggio, último punto de la costa Toscana, prometía un comienzo de ruta intenso. Lugar habitual de muchos italianos para pasar el verano, tiene mucha vida incluso a estas alturas del año. Posiblemente, sea mejor hacer esta ruta ahora y no en agosto, cuando medio país viene por aquí a disfrutar de sus vacaciones.
Ya desde aquí, se ve brillar a la luz del sol la impresionante y horadada montaña del mármol de Carrara. Durante muchos siglos ha sido la materia prima de obras como la basílica de San Pedro en Roma, el David de Miguel Ángel y los cuartos de baño de un sinfín de cretinos que usaron un material que debía estar reservado para el arte en usos mucho más mundanos. Disculparme, pero recién salido de Florencia mi criterio se ha vuelto exquisito.
La playa a los pies de Carrara se llama, como no podía ser de otra manera, Forte dei Marmi. Muy ancha, cuidada y valorada porque es la única como tal en toda la Liguria. Una costa sin playas que convierte a este lugar en verano en un hervidero de gente, con un clima muy generoso que me hubiera permitido bañarme sin problema bien entrado Octubre.
Pasado este punto llega La Spezia con un número infinito de puertos y pueblos que harán que vuestra cámara de fotos eche humo y vuestras pulsaciones bajen de un modo sin igual. Porto Venere es como la ensalada de una copiosa y relajante comida donde el plato principal es Cinque Terre: Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso al Mare. El postre bien podría ser Santa Margherita Ligure y acabas tomando el café, spresso en este caso, en Portofino.
Todas similares pero con elementos que las hacen únicas, puertos suntuosos en unas, pueblos discretos en otras. Humildes unos, elitistas otros. Unos tienen playas mientras otros sólo cuentan con barcas de pescadores que se hacen al mar cada mañana. Es imposible y erróneo decidirte por uno de estos pueblos.
Mención aparte para la carretera que los une, ¡Santa Madonna! No cambiaría las paelleras del Stelvio por uno solo de los muchos kilómetros de costa que unen la Toscana con Genova. No sólo os hablo de curvas, desniveles y trazadas. Os hablo de paisajes, de ambiente motero, de lugares donde uno no dejaría de ir en moto en ningún momento. Os hablo de carreteras a las faldas de la montaña mirando el mar.