Nos hemos acostumbrado al freestyle y a las genialidades que son capaces de llevar a cabo los pilotos. Lo hemos visto tantas veces que hemos normalizado sus desafíos a la física y a la lógica. Ver como piloto y moto despegan de una rampa y aterrizan 20 metros después, tras dar una vuelta en el aire y soltar las manos en el proceso, nos parece hasta normal.
Pero no lo es. Los pilotos de freestyle se juegan el pellejo en cada exhibición con un riesgo tan real y un margen tan exiguo, que en caso de problema o un error las consecuencias pueden ser catastróficas.
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Es más, si una persona nunca ha visto freestlye, aunque no le gusten las motos, aunque no entienda de ellas, va a alucinar y lo va a hacer más que viendo una carrera de MotoGP. El freestyle es un deporte plástico, bonito y espectacular. Y si el entorno o la situación acompañan ya es una locura.
Comiendo mientras ves freestyle ¡Eso sí que es una experiencia gastronómica de altos vuelos!
Eso es, precisamente, lo que ha pasado en el Monte Alpet, Cúneo, Italia, donde el centro del pueblo se convirtió en la pista de freestyle más espectacular que hayamos visto. Normalmente, estas exhibiciones tienen mucho espacio libre alrededor, así que hacerlas en medio de la calle, rodeado de edificios le da un toque extra.
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El protagonista del vídeo es Vanni Oddera, un piloto que mezcla el freestyle con la mototerapia para ayudar a otras personas. En los vídeos podemos ver lo cerca que está de los balcones de las casas, casi se le puede tocar.
Y eso no es lo más espectacular, es que en uno de ellos, el que es de día, si te fijas, hay gente incluso comiendo debajo de la zona de salto y disfrutando boquiabiertos de él. Sin duda toda una muestra de valor tanto de Vanni como de los comensales.