Es indudable que Easy Rider es una de las mejores películas de la historia del cine (en 2007 el American Film Institute la clasificó como la 84ª) y también un clásico del top10 dentro de los títulos motociclistas épicos. En la primera semana, la película ya había recuperado todo el dinero invertido, recaudando un total de 40 millones de dólares de la época. Este éxito supuso un punto de inflexión en la trayectoria profesional y vital de sus protagonistas, Peter Fonda (Wyatt) y Dennis Hopper (Billy), que no consiguieron solventar sus problemas durante un rodaje iniciado con una fuerte amistad y concluido con enemistad eterna. La peculiar pareja se inspiró en la película italiana La escapada (1962), donde se muestran las peripecias de dos excéntricos que cruzan Italia en un Lancia cabrio.
Premiada en su estreno europeo durante la celebración del Festival de Cannes (12 de mayo de 1969) como la mejor cinta de un director novel (también recibió dos nominaciones al Oscar), se rodó en menos de dos meses. Easy Rider costó 360.000 dólares que salieron de los bolsillos de Bob Rafelson y Bert Schneider (Columbia), productores-amiguetes de Peter Fonda, hijo del gran Henry. El “raro” proyecto, empapado en el alcoholismo Lsdiano de Hopper, no casaba demasiado en el mundillo y costó encontrar financiación. La autenticidad de la película se refuerza con la ausencia de guión, la improvisación más obvia producida por el consumo masivo de drogas por parte de los protagonistas y la participación de extras que pasaban por allí.

Fonda ya había trabajado anteriormente en otra película de bandas moteras, The Wild Angels (1966), con nulo éxito, iniciando una saga de films Serie B con temática ‘bandas moteras’ que alimentó a los más distópicos durante la década siguiente. Mierda barroca realmente atractiva.
La sinopsis es sencilla. Billy y Wyatt son dos jóvenes que cruzan en moto el sur de Estados Unidos para asistir al carnaval Mardi Gras (Nueva Orleans). Para financiar su viaje, se sirven del tráfico de cocaína (azúcar en las escenas grabadas) en la frontera con México. Sobre sus Harley-Davidson vivirán un periplo en el que conocerán diversas caras de la sociedad yankee. Cabe recalcar que esta película no va de motos: es una crítica social, con las motos como mera herramienta plástica para hacer de hilo conductor.
Libertad, rebeldía y hippismo contra el conservadurismo, clasismo, racismo y Vietnamismo de la América profunda de finales de los ’60: si la música tuvo su Festival de Woodstock, el cine tuvo su Easy Rider. Tampoco debemos olvidar el papel de un emergente Jack Nicholson (George Hanson) de 32 años, por aquel entonces todavía actor de segunda fila.

Las cuatro Harley-Davidson rígidas construidas (dos para Peter y dos para Dennis) estaban firmadas por Ben Hardy con diseño de Cliff Vaughs y aportaciones del propio Fonda. Se pagó 1.250 dólares por cada customización y sólo 500 dólares por el lote siniestrado de Hydra Glide policiales de 1949-50 en una subasta.
Aunque parezca increíble, sólo se conoce el paradero de una de ellas (la “Capitán América” de la escena final), subastada hace 5 años por la módica cifra de 1.350.000 dólares. Las otras tres se robaron y nunca más se supo. Todas las que se dejan ver en eventos o concentraciones, son réplicas aunque argumenten lo contrario. El refuerzo del universo custom en general y la consagración de las chopper en particular se vivió con otros ojos desde entonces.

Otro elemento crucial, mágicamente emergente en Easy Rider, es su banda sonora: pura crema. Steppenwolf, Smith, The Byrds, The Holy Modal Rounders, The Jimmy Hendrix Experience, The Fraternity Of Man, Roger McGuinn y The Electric Prunes completan un cartel de ocho grupazos nunca superado hasta la llegada de Forrest Gump en 1994. Cedieron los derechos de sus canciones para la ocasión, algo tan surrealista como grandioso. De todas ellas, Born to be Wild permanece inmortal en el imaginario colectivo.
¿Y qué fue de los miembros de Easy Rider “Buscando Mi Destino” (apellido Made in Spain de la película)? Dennis Hopper falleció en 2010, mientras que Peter Fonda lo hizo en agosto de este año. Karen Black (el rollito de Billy) también se fue en 2013, Luke Askew (el autoestopista hippie) lo hizo un año antes, Cliff ‘Soney’ Vaughs en 2016 y el preparador Ben Hardy dijo adiós en 1994. Tampoco hay que olvidar a Phil Spector, el mayor productor musical de todos los tiempos, que se apaga en la cárcel acusado de asesinato. Sólo nos queda Jack Nicholson para preguntarle que, a sus 82 años, mantiene ese pacto con el diablo que siempre ha caracterizado sus papeles. En Easy Rider, cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad.

Aunque suene a tópico viejuno y trasnochado, Easy Rider es un claro ejemplo de que no hay películas como las de antes. Sin dobles, ni poses, ni adornos. Actualmente sólo consumimos cine comercial diseñado para olvidar nuestra neurótica vida diaria, que nos “den todo hecho” y con el que te evadas de todo durante un buen rato sin repensar en tus miserias: y ya. Cinéfilos ‘haylos’, pero debes alejarte del cine comercial, sin duda. Ciertamente, sólo algunas elegidas dejan “poso”, ese buen sabor de boca que, con el tiempo e independientemente de géneros y temáticas, nunca olvidas y te obliga a verlas ininterrumpidamente y sin cansarte de ellas en un afán ímprobo por descubrir nuevos detalles. Pero hay que «buscarlas».
Bien es cierto que viendo Easy Rider con los ojos de 2019 te puede resultar cutre, trasnochada y hasta estéril, sin olvidar que el doblaje al español es lamentable. Pero con la perspectiva de finales de los ’60 resulta bien diferente. La primera vez que la vi, hace 15 años en la Facultad, me marcó, no sólo por su dramático final, sino también por esa simbología outsider cuasi-subliminal que subraya temas tan trascendentales e infinitos como el valor del tiempo, el dinero, la libertad, la fiesta, la amistad o la muerte. Una película irrepetible empapada en ácido, tan perfectamente imperfecta como el primer día.