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Espíritu del Jarama 2017: una ventana al pasado

Fotos: J. Pérez-Rubio, T. Pérez
La segunda edición de este evento ha venido a sumarse a la serie de actividades que conmemoran el cincuenta aniversario del circuito permanente en activo más antiguo de nuestro país. Las dos ruedas también estuvieron presentes con una delegación ilustre y nostálgica que trataba de reunir lo más carismático y representativo del último medio siglo en el universo del motor.

Dentro de un marco eminentemente automovilista, el mundo de la moto gozó durante el pasado fin de semana de una representación histórica cuajada de campeonas, así como de ese carismático punto, esa nota cultural, que ponen siempre las construcciones XTR by Pepo de un preparador como Pepo Rosell.

Durante este fin de semana, el paddock del Jarama se vio poblado por un asentamiento de carpas blancas, perfectamente conjuntadas, colocadas en una castrense formación. Las que se reunían en el núcleo principal daban sombra a verdaderas joyas del automovilismo. Coches que sugerían a la imaginación, por ejemplo, un Steve McQueen que aparecería en cualquier momento enfundado en la blancura castigada de su mono ignífugo, con aquel fuego azul que proyectaban sus ojos bajo el casco abierto. Monoplazas, como F1 el amarillo y verde que rodó en pista para hacer recordar a los asistentes al jovencísimo Michael Schumacher que lo pilotaba en su día.

Un despliegue histórico de las cuatro ruedas, con pepinos del grupo B, recordando la época en la que a la reglamentación del Mundial de Rallyes se le fue la mano; una exposición y exhibición sobre el trazado madrileño con bólidos actuales de Fórmula Indy Car, en un escenario que reservó su espacio, también, al mundo de la moto.

Efectivamente, una carpa alargada contenía bajo su palio media historia del motociclismo contemporáneo. Desde luego no eran multitud las motos allí congregadas, pero, como toda exquisita y distinguida selección, quedaba obligada a una debida minoría para que el buen aficionado apreciara con pausa y con deleite a cada una de sus protagonistas.

Yamaha 500 OW53 1981 ex Barry Sheene

Una Suzuki RG500, azul y blanca, que representaba la primera Suzuki con motor en cuadro que pilotó el venerado Barry Sheene. La Kawasaki KR250, con un cilindro detrás de otro, campeona en el Continental Circus desde 1978 hasta 1981, inclusive, con la que el francés Hervé Guilleux también ganó en el propio Jarama, en 1.983. Una carreras cliente de principios de los setenta como la Yamaha 250 TD3, refrigerada por aire y con su espectacular freno delantero de cuatro levas, que dejaba en poco más que una horquilla del pelo el largo de los radios que cosían su llanta.

La Honda NS500 de tres cilindros con la que Spencer ganó su primer mundial y la NSR500, la V4, con la que Gadner se llevó el suyo a Australia en 1987; y para completar el paquete de la espectacular decoración que firmaba Rothmas, la NSR 250 campeona de Cadalora, actual asesor en pista de un tal Valentino Rossi.

Volviendo al querido y añorado Sheene, también pudimos ver la última moto con la que el cockney compitió en el Mundial: La Yamaha 500 OW-53, con sus cuatro pistones en línea, con los cilindros exteriores vueltos hacia atrás y con su decoración blanca, rotulada por las líneas rojas que pintaba su patrocinador Akai, una protagonista que no cabe duda de que conmovía el espíritu de los más nostálgicos. Sin dejar Suzuki, también se exhibía la última campeona del mundo de 500, la que llevó de la mano hasta el título Kenny Roberts Junior, el hijo del “Marciano”.

Un par de tazas de café (motos GP de 50 cc) dejaban atónitos a los más jóvenes tanto por su aspecto escuálido como por su tamaño de bolsillo, una preparación monocasco de 1973 sobre otra Yamaha TD3 250 recortaba la silueta de un chasis que ya resulta ancestral, y una Norton Comando, en un inusual amarillo, con los semimanillares cerrados y cogidos muy abajo, nos dejaba la inconfundible imagen que proyectaban las 4-T de carreras durante los años setenta.

Kawasaki KR 250 1983 ex Hervé Guilleux

Y en el vano que hace la curva de Le Mans, se plantaba la carpa de XTR, un auténtico retazo cultural de la moto, en el que la eficacia de unas prestaciones y la precisión de un sólido comportamiento se veían envueltos por una fantasía de genuina belleza.

La Laverda 500, inspirada en la efímera Montjuich, atrapaba la atención al instante, con la primera mirada, y dejaba el mínimo trabajo, tan sólo el último impulso, para que nuestra imaginación nos presentara allí mismo, sobre ella, al periodista de periodistas: Dennis Noyes. Era muy fácil figurarlo a continuación narrando uno de sus apasionantes relatos, justo antes de prepararse para participar con esta obra de las bellas artes sobre dos ruedas en las primeras carreras de SuperSport que se organizaron en nuestro país.

Con la italiana competía en atractivo una espectacular inglesa que llevaba pintado sobre sus formas voluptuosas un nombre también efímero y también de leyenda: BSA Rocket 3, con una suspensión al estilo unitrack que dejaba en volandas el colín y al descubierto el balón trasero, con la espectacularidad que dibujaba el remate final del triple escape en un costado.

BSA Rocket 3 por XTR Pepo

Una Honda, que algún día debió de ser una Hornet, mostraba cierto aspecto, y guardaba dentro de sí el potencial, sin ir más lejos, de toda una Suzuki GSX-R. Mientras, en el otro rincón de la carpa, encontrábamos el rancio sabor del cafe racer plasmado sobre la base de una Mars, y combinado con el punto futurista de un frontal galáctico.

Nos acompañaba hasta la salida el olor a salchicha ahumada y a la carne braseada de las hamburguesas que se servían en los laterales de unas furgonetas Citroën traídas desde las películas de Louis de Funes Pero antes de abandonar el recinto de este Espíritu del Jarama dedicado a las dos ruedas, encontramos una fila de preparaciones. La mayoría seguía la última tendencia, en la que parece que no se puede evitar el estilo postnuclear, con brochazos de Mad Max, particularmente plasmado sobre las BMW, ya sean 100 o 75, traídas hasta el templo de la capital desde el final de los años ochenta. Y al final de aquella fila, tal vez como colofón, una Ducati 900 Darmah, la gran dama transalpina vestida de rigurosa serie, que se erigía en el paddock como un tótem a la elegancia y a la distinción de aquella misma época.

No cabe duda de que esta exposición, montada en cierta medida al modo de un parque temático, en el que no podían faltar un ramillete de atracciones para los más pequeños, recogía la esencia de esta basílica levantada al “dios de la velocidad”, en la que los héroes de hace tres y cuatro décadas escribieron con sus hazañas las páginas más épicas, no sólo de nuestro motociclismo, sino también del de todo el planeta de las dos ruedas.

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