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Bar Daytona: una ventana a los orígenes de la moto

Bares moteros hay muchos. Hay bares que se apostan en la carretera como parada obligada de cualquier ruta motera y hay otros que acogen reuniones moteras entre semana. Pero también hay algunos bares con una esencia singular que nos hace sentir diferentes desde que cruzamos su entrada. Bares tan personales y escasos que resultan casi insólitos. Hoy vemos uno de ellos.

Bares, cien lugares, ¿verdad?, tan gratos para conversar… Desde luego que sí. Los bares representan los rincones de relación social por excelencia en todo el planeta. Y si hablamos de los bares en España, pues seguramente nos quedaremos cortos al afirmar que se abren en pueblos y ciudades, lo mismo que en las carreteras, como los templos donde rendir culto a la vecindad, al compañerismo y a la amistad. ¿Y para los motoristas? ¡Pues qué decir, si muchos bares constituyen las propias sedes de sus clubes!

Pero bares hay muchos, casi tantos como familias en nuestro país; sin embargo pocos, muy pocos, atesoran en su interior una esencia tan viva como para recibir una impresión especial al penetrar en ellos, como para sentir que tienen una existencia propia, que tienen alma. Se trata un don que detectamos de inmediato, en el mismo momento de entrar en su espacio. Respiramos su atmósfera, y con la primera bocanada, nos sentimos traspasados por el espíritu que preside ese local. Un espíritu que no es, ni fue, el de una persona, sino el hálito de otra criatura viva: el propio bar.

El rincón que hoy nos ocupa es, efectivamente, uno de esos bares con espíritu. Un espíritu que te envuelve y te transporta, hasta sumergirte por completo en el epicentro de su esencia.

En ninguna parte

Al surcar con nuestra moto la cuadrícula de un polígono industrial, nadie diría que vamos a encontrarnos, sobre una de sus lindes, con el local que protagoniza este reportaje. Tanto es así que, si lo hallásemos cerrado, podríamos pasar de largo, ignorando su fachada. Y es que nos resultará difícil reparar en el aspecto de los carteles que la revisten, con la apariencia real de apenas una década de existencia y sin mostrar un reseñable deterioro. Pero lo cierto es que sus rótulos, de tonos descoloridos, sus dibujos de moda en la época del Charleston y en la de la Yenka, y sus escenas recreadas con casi un siglo de por medio proyectan la imagen de un garito abandonado, cerrado antes de que desahuciaran el campo del Gas o de que desaparecieran los perros del antiguo canódromo.

Anagramas de Indian y de Norton se muestran como anuncios arcaicos sobre la fachada principal, lo mismo que el emblema de Royal Enfield, brillando con luz propia sobre una entrada que para todo amante de la moto, y en especial de la moto clásica, se planta como una tentación semejante a la de que aquel rótulo literario, “Sólo para locos”, recogido en El Lobo Estepario de Hesse.

Vista del bar Daytona desde la entrada

Al cruzar el umbral, el reto no solo no desmerece sino que supera para nuestro asombro todo lo que hubiéramos imaginado. Al irrumpir en la atmósfera del Daytona, sentiremos una traslación inmediata a otra época, con una impresión muy distinta a la que provoca el paseo por las galerías de un museo, donde nos posicionamos como meros observadores de la historia o incluso como sus intrépidos analistas. No. En el Daytona, a poca imaginación que se tenga o incluso sin ella, experimentaremos un retroceso en el tiempo hasta vivir inmersos en los orígenes de la propia motocicleta, traspasando el plano de cada fotografía para percibir cómo eran, cómo se vivían aquellos primeros tiempos en los que la moto comenzaba a escribir la historia de una pasión que ha mantenido atrapados a millones de devotos feligreses, desde el momento en el que la descubrieron hasta el final de sus días.

Los quemados más primitivos

Y es que la luz, tenue hasta resultar mortecina en varios de sus rincones, nos sumerge en la propia esencia del bar, trasladándonos, en buena medida gracias a su tono ocre, a las épocas en las que se hicieron muchas de las fotografías que revisten sus paredes. Fotos que evocan los años que vivieron el nacimiento del motociclismo.

Tipos de mirada fija y lejana, retratados por el gránulo difuso de un blanco y negro primitivo, individuos con los ojos clavados sobre un horizonte que ninguno de sus coetáneos podía ni siquiera imaginar, sujetos ataviados con sayos y chaquetas tintados de lamparones, con las manos tiznadas y la cara maquillada con una grasa barrosa, pero con la vista perdida en lo que representaba un auténtico sueño de locos por aquel entonces, una quimera que a tantos de aquellos chalados les costó la vida: la velocidad sobre dos ruedas.

Efectivamente, los que se retratan en las mil fotografías que exhiben las paredes del Daytona sí que eran auténticos quemados, quemados junto a unas motos, o a horcajadas sobre ellas, que da miedo sólo pasarles la mirada por encima, sin reparar en sus neumáticos de bicicleta o en sus radios de alambre, sin fijarnos en su motor rezumando el sudor de una cafetera balbuceante o en sus frenos, que no somos capaces de descubrir a simple vista.

Otra perspectiva de la Electra policial y emergente.

Quemados de un tiempo ancestral en el que a buen seguro fueron distinguidos personajes, para quedar ahora enterrados en el saco del olvido. Quemados de una época primitiva, retratados en fotografías que se intercalan con las figuras históricas del motociclismo, inmortalizadas en dos colores y que todo buen aficionado tiene como referencia. En algunas de estas imágenes puede verse la expresión aguerrida de Mike The Bike Hailwood atacando algún contra peralte de la isla más legendaria, fotos de nuestro 12+1 en el Retiro, o tal vez en Clemont Ferrand, fotos del campeonísimo Agostini y también de otros grandes pilotos, expuestas en un escenario congelado en el tiempo que nos las presenta mucho más recientes que los años acumulados por su antigüedad.

Esculturas históricas

Una Harley-Davidson Electra policial emerge elevada de la pared que encontramos en el frente para desplegar su majestuosidad sobre nuestras cabezas, mientras caminamos hacia a ella bajo el asombro de una perspectiva inferior. Sin embargo, un misterioso magnetismo atrae nuestra mirada desde otro lado del bar. Algo llama nuestra atención, sin verlo, para girar la cabeza y descubrir por fin, alzada sobre un pedestal del rincón derecho, la joya del bar Daytona.

Nuestros ojos, y los de muchos visitantes que no lo esperan, quedan atónitos al ver en directo una réplica a escala natural tan exacta y tan real, que hará sospechar a cualquier vuelo de nuestra fantasía que su histórico propietario pudiera sentarse a cualquier mesa del local, después de haberla colocado en un lugar tan distinguido. Sí, por inaudito que parezca, se trata del puro caza récords con el que Burt Munro batió la marca mundial de los biciíndricos en 1962, sobre la sal de Bonneville. Una Indian casi preshistórica y un personaje que inspiraron la película del mismo título, y que protagonizó nada menos que Sir Anthony Hopkins.

Otra visión de la Indian de Burt Munro

Un bar poco común

José, Paco, Susi y Javi son los cuatro socios que unieron anteriormente sus fuerzas en otra empresa, y que buscaron después un local que se saliera del esquema habitual, apartándose también de los enclaves más comunes, para en marzo de 2009 hacer realidad el sueño de José, inaugurando el Bar Daytona.

Paco nos explica que sí, que el Daytona toma la base de un negocio de hostelería con comida americana, pero que desde el principio quisieron salirse del guión por el que todo el mundo pasa para entender lo que es un bar. También nos explica que para ello se acomoda mucho mejor el formato de la nave en un polígono, fuera del casco urbano, que un local comercial al uso, situado en cualquier calle dentro de una población. José, por su parte, nos cuenta también que lo enclavaron en esta zona un tanto apartada de Fuenlabrada para mayor facilidad de las motos, entrando y saliendo de un espacio, sin tener excesivamente cerca un vecindario al que pudieran molestar.

La entrada del Daytona, vista desde la acera.

En cuanto a las fotos que revisten las paredes del Daytona, es tal su número que al preguntarles, nos confiesan entre sonrisas que no tienen ni idea de cuántas son. Nunca se han parado a contarlas. De hecho Paco nos revela que alguna vez, limpiando bombillas, ha encontrado una foto y se ha sorprendido preguntándose si ya estaba allí, y no la habrían colocado ese mismo día.

Muchas de estas fotos que se exhiben en el bar proceden de la álbum que José recolectó a lo largo del tiempo con las procedencias más diversas; aunque la mayoría de ellas, así como de las chapas y de los emblemas, fueron traídas por la empresa encargada de la decoración.

Por otro lado, José, y las dos Harleys personalizadas que guarda en su garaje, pertenecen al club motero Krakens MC, para el que algunas de las fotos expuestas en el Daytona retratan, en blanco y negro, con tono sepia, algunos de sus miembros fallecidos en accidente de tráfico. Son fotografías que se pueden confundir con otras que realmente cuentan con diez lustros o más de antigüedad, y la única forma de distinguirlas es descubrir que las motos que aparecen en ellas no pertenecen a una época tan lejana.

Un quemado ancestral

Esa luz tan tenue, que llega a resultar casi mortecina, y que impulsa a la inmersión del visitante en otro tiempo durante el que los tipos de las motos eran más chalados y más marginales que nunca, cubre el local con una intensidad ajustada por los plafones sobre el cálido destello de sus bombillas, matizado por los propietarios del Daytona. De esta forma, los 82 puntos de luz ponen a la vista todas las fotos y objetos, sin que ninguno de ellos tome protagonismo, como pudiera ser el caso de las obras de arte expuestas bajo los focos de una galería.

Y al hablar sobre la réplica de la Indian de Burt Munro, nos revelan que se trata de una iniciativa y de una obra realizada al completo por la empresa encargada de la decoración. Hubiera sido digno de ver las caras de estadounidenses, canadienses o australianos, y entusiastas de la marca venidos de todo el mundo, dudando de la realidad que vivían mientras contemplaban esta réplica, así como otras reliquias de la velocidad, en un bar enclavado sobre un rincón suburbial de Fuenlabrada, una de las capitales del Sur de Madrid. No en vano en el Daytona se ha celebrado la presentación de algún modelo de Indian, así como una de las reuniones anuales que acogen a las delegaciones europeas de la marca americana.

Clientela variada, horario variado

La clientela del bar no se nutre únicamente con el público motero, de hecho nos revelan sus propietarios que el negocio no podría subsistir sólo con él. Así pues, por el Daytona puede parar lo mismo un trío de testigos de Jehová, Biblia en mano, que dos comerciales inmobiliarios con chaqueta y corbata low cost, y calzados en los Los Guerrilleros. Igualmente un par de policías uniformados, sin gorra, como el viajante sudoroso que hace un alto en su maratoniana jornada.

Puedes encontrar también a un comercial cerrando el suculento acuerdo que anhelaba sobre una de las mesas que dispone el Daytona a modo de pequeños reservados; una mesa que puede resultar contigua, por ejemplo, a la que reúne a una familia con sus críos, o por supuesto a la de una pareja que cruza sus miradas más sentimentales a través del calor desprendido por dos tazas de café. Gente que también llega en coche al Daytona desde cualquier punto de Madrid; si bien es verdad que la mayoría de los que se dejan caer por el bar, viniendo desde fuera, lo hacen en moto.

otro quemado primitivo

La especialidad es la hamburguesa Daytona, apta para todos los públicos, y las noches de los fines de semana es el momento en el que se muestra más concurrido; si bien es verdad que el bar no se transforma en un pub, sino que continúa con la misma música y con la misma luz ocre que lo preside el resto del día; incluso a media mañana laborable, cuando la gente que trabaja en el polígono llega para comer el bocadillo.

Pero el bar también se ambienta durante la mañana entera de los domingos, con cuadrillas de moteros que toman el bar como cita de partida para sus rutas dominicales, lo mismo que los que regresan a mediodía de ese periplo matinal y toman el Daytona como referencia para su aperitivo o para su última consumición, la que se tercie. Además de ellos, también se dan cita en el bar nutridos grupos de aficionados con el objetivo vivir las carreras de MotoGP al calor de una grada cerrada.

Un bar famoso

Como es fácil de intuir, la repercusión mediática de un local tan singular no se hizo esperar; y de esa manera, por ejemplo una cerveza checa lo utilizó como escenario para su anuncio protagonizado por una estrella de Hollywood como Penélope Cruz. Pero, más allá de ello, ya conoce el lector y ya siente el motorista más pasional que las motos y el rock, el rock y las motos, forman dos universos que transitan en paralelo…, si es que, en el fondo, no son lo misma cosa. Sin duda, por ese motivo Loquillo eligió este bar también como localización para uno de sus vídeo-clip, transmitiendo en sus imágenes la impresión de que el Daytona fuera el escenario donde se celebró uno de sus conciertos.

Vídeo Penélope Cruz

Vídeo Loquillo

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