La marca india ha creado este modelo, completamente nuevo desde el primer boceto, inspirado en la gran Cordillera y pensado para su propio mercado, donde lo puso a la venta en 2016. En la actualidad, Royal Enfield destina nada menos que el 95% de su producción a la comercialización dentro de sus fronteras. Sin embargo, esta especialización tan indostánica de la nueva Himalayan la define, curiosamente, con las cualidades más versátiles para nuestro mercado, así como la moto destinada a un espectro de clientes mucho más amplio del que aparentan sus discretas formas.
Resistencia y austeridad son los principales argumentos sobre los que se ha construido esta modesta trail, bajo un diseño de inspiración vintage, con el que armonizan las propias formas del motor para proyectar una estética que pretende perpetuarse en el tiempo, sin someterse a modas y corrientes que la pudieran caducar.
Con un chasis de simple cuna desdoblado a la altura de la culata y llevando el prestigioso sello de Harris en su diseño, la Himalayan se impulsa con un monocilíndrico refrigerado por aire de 410 cc, que rinde una potencia de 24,5 CV y que sobre todo brinda un valioso par de 32 Nm a sólo 4.250 rpm. Rueda sobre una llanta de 21” delante y calza unos magníficos Pirelli MT 60 de taco grueso. Datos y cifras, sí, pero que irán dando una idea al lector más experimentado de cuál es la base sobre la que Royal Enfield pretende mostrarnos una trail tan sencilla como polivalente, con una orientación hacia la que apunta un detalle tan insólito como la brújula digital que integra en la variada información expuesta en el cuadro de instrumentos. Datos y cifras, sí, que junto a una estética discreta e imperceptible entre los atractivos del panorama actual, podrían llevarnos al error de pasar por alto las posibilidades de esta moto construida por Royal Enfield al 50% para el asfalto y al 50% para el uso off road. Una moto que desde luego tiene bastante más que ofrecer y desarrollar por encima de la recatada imagen que transmite.
Primeras sensaciones
Al sentarnos sobre la Himalayan, percibimos una altura accesible (800 mm) prácticamente para todas las tallas, que permite plantar ambos pies sobre el suelo para mantener, en cualquier caso, una moto bastante ligera (185 kg en vacío). Nuestras posaderas quedan un tanto adelantadas, y las manos caen sobre un manillar que coloca los puños más bien elevados y desde luego abiertos. Al subir los pies sobre las estriberas, los sentimos justo en el centro de la moto, para que, en definitiva, nos coloquemos en una posición de absoluto control sobre una trail que por diferentes aptitudes se erige en candidata al paradigma de la manejabilidad.
El monocilíndrico LS 410 se pone en marcha con una simple insinuación al botón de arranque, para sentirlo palpitar al ralentí sin la trepidación que conmueve otros motores de la marca, y sin que las vibraciones, a cualquier régimen, lleguen a sobrepasar aquella sensación que algunas veces describimos como la de percibir sencillamente una moto “viva”. La suavidad del embrague facilita la inserción de la primera, con una palanca de recorrido breve y preciso (5 marchas) que, eso sí, se siente un tanto dura bajo la planta del pie. Después, y al ir soltando poco a poco la maneta, casi podremos graduar la arrancada con cada pistonada, porque el empuje del 410 es absolutamente lineal, y desde luego predecible, algo que valoraremos mucho más de lo que podamos pensar en diferentes trances de la conducción.
El chasis Harris proporciona a la Himalayan una solidez en los cambios de dirección que impedirá la descomposición del conjunto por muy violentos que los ejecutemos, a pesar de hacer gala de un tarado de suspensiones ajustado para tierra en los primeros milímetros de su recorrido. La rueda delantera de 21”, por otro lado, no representa un retardo, al menos apreciable, para la agilidad de la Himalayan a la hora de meterla en los virajes, por muy cerrados que sean y por mucha pendiente que presente la bajada que los precede.
En el paso por curva, los Pirelli MT 60 aportan un agarre proverbial, con el que sinceramente no contaba antes de iniciar la ruta alrededor del Embalse de Entrepeñas que nos preparó Royal Enfield para su presentación nacional a prensa, y aunque la inclinada se hace fácil y segura, la distancia libre al suelo (220 mm) es más que suficiente para que no roce nada mientras nos divertirnos con el suave vaivén que lleva a la Himalayan de una curva a la siguiente.
En el momento de salir del viraje, el impulso de los 32 Nm a 4.500 rpm que cifran el par levantan la moto con facilidad y la entregan en la próxima variante. En realidad, ese par del monocilíndrico nos permite fluir con verdadera soltura y con mucha más rapidez de la que imaginamos en parado, a lo largo de nuestra carretera de curvas favoritas. Tan sólo necesitamos jugar con el gas, al ‘tran tran’, para hilar una marcha uniforme a lo largo, por ejemplo, de una serie de eses enlazadas. De esta manera, la Himalayan sorprende como una moto mucho más suelta de lo que aparenta por las rutas de montaña o por las que recortan el litoral frente al mar.
Por otro lado, su manejabilidad y su radio de giro, poco mayor que el de una moneda, como quien dice, le dan una capacidad extraordinaria de moverse por la ciudad, entre plazas y esquinas, en medio del tráfico más denso, con un manillar que pasa por encima de los espejos de la mayoría de los coches.
En el monte
Antes de abandonar el asfalto e internarnos en el camino de tierra, repasamos la estructura de la Himalayan para ver cómo todos los detalles que la rematan están diseñados y montados teniendo en cuenta siempre la caída, lo mismo que los impactos de piedras y otros proyectiles que puedan alcanzarla desde otra moto o que lance su rueda delantera: baste fijarse para ello en el cubrecárter o en el propio chasis. Mirando las estructuras de barras que envuelven el depósito, y que pueden hacer de eventuales transportines para colgar bultos de ellas, descubrimos además una forma un tanto castrense de proteger la moto. Aparte de ello, nada sobresale, nada se expone, de manera que, en el caso de una caída, tan frecuente sobre la tierra, resulta difícil que algún elemento se rompa o se doble. Incluso el diseño sencillo y barato de los espejos tendrá sentido como recurso para reducir costes, nadie lo duda, pero también es cierto que en caso de una rotura por caída, hace muy fácil su sustitución en cualquier rincón del planeta.
Nos pusimos en marcha sobre una pista muy divertida, con la espectacular perspectiva de las aguas embalsadas en el fondo de casi cada curva. Una pista bastante accidentada, con grietas y piedras que la rueda de 21” supera con facilidad y por las que la horquilla convencional con barras de 41 mm de esta Himalayan y su amortiguador trasero, montado sobre un sistema progresivo de bieletas, pasaban por encima con una pasmosa facilidad.
Dos estilos
Al ponernos en pie, el manillar se integra con nuestra posición erguida de una forma tan natural que hace difícil percibirla antes de elevarnos, para la que la moto responda con fidelidad a nuestras insinuaciones y a los diferentes movimientos del cuerpo. Además de ello, la estrechez del depósito, con 15.5 litros de capacidad, no es impedimento para que el diseñador haya esculpido sendas hendiduras sobre las que podemos apoyar o presionar las rodillas para ayudar a dirigir nuestra trayectoria.
No podemos hablar de la misma naturalidad en la parte baja de las piernas, al conducir de pie, que encontrarán en el chasis un cierto obstáculo a la altura media de las pantorrillas, si bien es verdad que este detalle se percibe o se atenúa dependiendo del calzado que usemos.
Cubierta ya una buena parte de la pista, opté por sentarme y empezar a negociar los virajes de tierra suelta con el pie interior fuera del estribo, tirando la moto sin contemplaciones al entrar en cada curva. No sabría decir si, para un conductor off road con las limitaciones de un servidor, la Himalayan se sentía más efectiva, más rápida, yendo de pie o sentado. La cuestión es que terminé pasando con tal control y confianza sentado sobre algunas curvas que mantuve el pie interior sobre la estribera, doblando la moto al ápice, mientras mantenía el tronco erguido, al “estilo checo” que dominó el enduro, conocido antaño como todo terreno, durante los años sesenta y parte de los setenta.
En cualquier caso, el agarre de los Pirelli MT 60 es sorprendente en el campo, derrapando de una forma progresiva y bastante controlable, dejándonos al final de la prueba con la impresión de haber rodado sencillamente con una moto de sobresaliente versatilidad.
Prueba de fuego
En las bajadas más pronunciadas, la Himalayan apoya con nobleza las 21” delanteras, si llevamos el cuerpo atrás y agachamos el tronco hacia delante, tal y como manda la teoría básica del off road. En estos trances la trail india se iba mostrando cada vez más efectiva, transmitiendo cada vez más confianza hasta que, finalmente, sobre una buena bajada de la pista a la que más bien llamaría sendero, solté completamente los frenos y dejé que la moto se precipitara a “tumba abierta”. Por unos segundos y aún no sabría decir muy bien por qué, adopté una mentalidad de enduro, dentro de mis modestas aptitudes, y creí sentirme sobre eso, sobre una verdadera moto de enduro. La Himalayan pasó a un ritmo alocado sobre raíces y voló sobre algunos escalones, cruzó a toda mecha grietas de temible profundidad y arrolló algunas piedras que podrían haber sacado la rueda del camino, si hubiera conducido cualquier otra moto. Cuando llegaba abajo, cuando estaba alcanzando el final de la pista, pensé: Me la he cargao. La he roto.
Nos detuvimos durante unos segundos y aproveché para repasarla, no sin cierto temor, tanteándola subido a ella: estaba intacta y toodo se mantenía en su sitio, como pude confirmar más tarde.
La frenada
El único disco delantero de 300 mm ofrece un tacto muy dosificable, ideal para evitar en buena medida el manotazo del pánico, tan frecuente entre esos principiantes a quien desde luego también va dirigida esta Himalayan. Esta progresión que se siente en la maneta se mantiene hasta el final de su recorrido, exigiendo echar la mano entera, en caso de necesitar una frenada contundente. Si nos bajamos de otra moto de hoy día, de casi cualquiera de ellas, la frenada de esta Royal Enfield nos parecerá insuficiente, pero será con toda probabilidad porque tratemos de pararla apretando con un solo dedo, o dos a lo sumo. Lo cierto es que, finalmente, la capacidad del disco delantero se basta para detener la marcha que es capaz de desarrollar la Himalayan, más aún contando con la retención del monocilíndrico, y, por supuesto, con el aporte del disco trasero con sus 240 mm de diámetro.
Reminiscencias del pasado
¿Qué moto, o motos, ha traído esta nueva Himalayan a la memoria de un casi-sexagenario como un servidor? Pues dos modelos sencillos y austeros del pasado, que dejaban boquiabiertos a propios y extraños por su efectividad off road, incluso en algunas trialeras verdaderamente comprometidas. Me estoy refiriendo a la primitiva Yamaha XT 350, aparecida al comienzo de los 90, y sobre todo a la primera Suzuki DR 350, puesta en el mercado más o menos sobre el año 91. Dos motos que con su horquilla convencional cubierta por guardapolvos como los de la Himalayan, con su tamaño y su apariencia casi espartana, no parecían decir nada en parado. Sin embargo, un servidor pudo ver cómo en más de una excursión, o en alguna carrera, se subían literalmente por las paredes gracias a la tracción prodigiosa de un motor muy sencillo que desarrollaba un par verdaderamente eficiente. Igualmente, en una pista rápida, con el “tran tran” de ese mismo par motor, se agarraban a la tierra de una forma sorprendente para salir catapultadas de cada curva con su piloto encima.
Pues sí, esta Royal Enfield Himalayan me ha evocado tanto a la Suzi como a la Yami. Con su modestia y austeridad, muestra una sorprendente eficiencia off road, que se traslada igualmente al asfalto que cubre las carreteras de curvas, y si está roto y maltratado por la meteorología, mejor inclusive.