Con un techo que se sale del planeta, la Cordillera del Himalaya se encumbra como la cima de la cara más intrépida del romanticismo: La Aventura. Como un monumento erigido al amor más devoto y arrebatado, el Taj Mahal representa el templo que rinde culto al lado más sentimental de ese romanticismo. Y como nexo de lo más audaz y de lo más amoroso, una marca de motos. Así es, porque nadie puede negar que Royal Enfield guarda en cada uno de sus modelos ni más ni menos que la inspiración más romántica y literaria de las dos ruedas.
Edu Cots, Carles Humet y Carlos Rubio han unido estos tres polos de la corriente más espiritual y atormentada de la Historia del Arte y del pensamiento para hacer uno de los viajes más románticos que se pueda concebir: Del Himalaya al Taj Mahal en una Royal Enfield.
El deseo, o casi la necesidad que impulsó este proyecto, surgió nada más concluir el viaje que estos tres aventureros habían llevado a cabo por tierras colombianas, haciendo aquella travesía sobre el que tal vez resulte el modelo de aspecto más ancestral de la marca: La Bullet 500. Y es que, ya se sabe que el viajero disfruta tanto (o más) de su aventura proyectándola que viviendo dentro de ella; por eso, al alcanzar la meta de una, se crea en su interior la necesidad de empezar a vivir la siguiente, aunque sólo sea dibujándola en el plano y bosquejándola en su imaginación.
Así pues, estos tres amantes de la aventura volvieron en confiar a Royal Enfield la materialización de sus ilusiones. La misma confianza que hizo sonreír con orgullo a los responsables de la motos que tomaron parte en esta aventura, cuando nuestros viajeros les reclamaron los recambios que les habían pedido para llevar consigo durante el viaje, en previsión de posibles averías. La llegada a su destino de las tres Royal Enfield Himalayan sin dar ni la más mínima queja justificó sobradamente aquella sonrisa india, también cargada de condescendencia.
La aventura de nuestros tres protagonistas se extendió a lo largo de más de 5.000 kilómetros sobre carreteras sin señalización, rotas por desprendimientos, viajando bajo la lluvia, encontrando perros en la calzada, vacas, gente, barro y un tráfico agobiante; para que durante la noche se extremara la situación con todos los coches que encontraban de frente llevando la luz larga, o sencillamente sin luz. Un viaje por las pistas al norte de Shimla, atravesando una zona montañosa de bosque selvático, o cruzando el valle de Tukpa, dentro del Himalaya indio, a lo largo de una carretera estrecha que esculpe su trazado sobre la roca del precipicio, mientras desde cada balcón que levanta sobre el vacío se contemplan laderas verdes salpicadas de pueblecitos con un aspecto tradicional.
Durante su travesía, Edu, Carles y Carlos tuvieron encuentros inesperados, como el de Sangla, donde compartieron su tiempo con cuatro israelíes y un canadiense que viajaban en cinco Royal Enfield Bullet 500. También experimentaron vivencias como la del paso por el antiguo reino tibetano de Spiti, un abandono de la civilización y un retroceso en el tiempo al encuentro con los escasos asentamientos. Para llegar hasta allí, recorrieron un tramo con depósitos extra de gasolina, en una prueba emblemática de resistencia para los motoristas indostánicos: con caminos estrechos cubiertos de piedras resbaladizas, sufriendo en los márgenes el acecho continuo de profundos precipicios; pistas de tierra dura, o tierra polvorienta, en continuas subidas y bajadas con el vado de riachuelos que salen al paso en los parajes donde la Naturaleza se muestra más libre y más salvaje. Desde los tres mil hasta los 4.600m de altitud, rodeados de montañas gigantes, levantando a su paso unos muros colosales que parecían tocar el límite del cielo.
Un viaje haciendo parada en rincones como el Monasterio de Dhankar, elevado a 3.900 metros, en los que el misticismo cubre de una atmósfera sosegada el descanso del aventurero. Dormir allí, después de una cena austera, introduce una dosis de budismo en el espíritu con la que al levantarse todo se ve de un modo distinto.
Experiencias vividas como el paso por una sucursal del monasterio Key, a 4.587m, que representa la población más alta del planeta, y en la que se encontraron, precisamente, con otros seis motoristas. Allí se encierran en invierno sólo diez monjes, que permanecen aislados en un letargo de meses a menos de 30º bajo cero.
Vivencias como la del paso por Rothang, “Montón de mertos”, que toma ese nombre por todos los que han caído intentando cruzarlo en invierno, o la travesía por el valle largo y gélido que llegaba a continuación, un paraje aislado por los colosos montañosos que les llevó hasta el paso del Kunzum, de 4.590 metros.
Los tres aventureros pasaron también por el Valle de Parvati, donde cuentan los libros que Shiva hizo el amor durante 10.000 años con la propia diosa que da nombre al lugar, y donde después descansó durante otros 10.000. Dejando allí el calor de las aguas termales para reconfortar al viajero y para favorecer, también, el florecimiento de una pequeña colonia hippie, con miembros venidos de otras partes del globo para mezclarse con gentes de distintas culturas y religiones, bajo el paraguas del hinduismo; una religión que cuenta con los dioses más humanos y permisivos de cuantos cultos cubren la civilización de la fe. Allí se produce y se fuma el cannabis, con granjeros que hacen en Tos su labor sin maquinaria alguna, y cuya principal fuente de ingresos es precisamente el hachís.
No podemos dejar al margen las emociones vividas en Sach Pass y la carretera más peligrosa del mundo, 250 kms que necesitan más de dos días, entre 12 y 15 horas, sin un solo extranjero y viendo asustarse a los yaks con el paso de las motos. Haciendo luego una peligrosa bajada, con pasos estrechos y semiderruidos por cascadas espontáneas, cubierta de piedras resbaladizas y sin retención frente al precipicio, donde dos de ellos no se fue abajo por escasos centímetros tras sufrir sendas caídas.
Situaciones pintorescas, como la vivida en un control militar, para ser llevados después ante un coronel, que les invitó a pastas y a té mientras charlaban sobre su viaje y él les describía cómo la zona de Kashmir sufre las escaramuzas de los guerrilleros pakistaníes, que les obligan a mantenerla muy militarizada.
Una larga aventura con peripecias, como la sufrida en Kishtuvar, con una caída de Edu, que les llevó a enderezar el manillar de su Himalayan en el taller de un herrero, recordando por un momento a cualquier escena descrita en el tradicional libro de Los Viajes de Júpiter, escrito por el motorista universal Ted Simon.
Encuentros con poblaciones masivas como la de Punjab, con un bullicio constante, crispado por los continuos bocinazos, bajo ese calor que cubre la India más suduorsa de sus barrios sucios y constreñidos, cubiertos por una contaminación asfixiante, en los que la desesperación por la supervivencia lleva a un comercio tan inverosímil como el de las dentaduras usadas. Un panorama sórdido y mísero que contrasta con la grandiosidad de algunos templos, como el Golden Temple de Amristsar, capital de la etnia Sij, tocada por sus turbantes coloristas.
Otros encuentros con parajes de cuento, como el de Thar, con su muralla frente a las dunas del desierto, y sus salares contiguos, donde protagonizaron el intento inútil de ganar una carrera a los camellos por la arena, con más de 40º. Escenarios como el tumultuoso mercado de Tai Rambadh, en los que pareces vivir una película tan histórica como colonial.
Travesías que también les llevaron a conocer cómo es una autopista india, con bicicletas, perros, peatones, tractores, cruces sin aviso e incluso algún coche en sentido contrario. O a sufrir los 100 Kms que separan Delhi de Agra, con un castigo continuo para el embrague y un tráfico atosigante que empuja a la vez que oprime al motorista.
Un viaje único, en fin, que también les llevó por las religiones más variadas del planeta creyente: Budismo, hinduismo, islamismo, sijismo e incluso cristianismo.
La Moto
En las notas que nos han entregado los tres motoristas viajeros, hablando de la protagonista de su aventura: La Royal Enfield Himalayan, nos dicen que se trata de una Trail de 410 cc en la que no destaca precisamente su potencia, pero que tiene otras muchas virtudes, empezando por un excelente par motor que la hacen polivalente, amigable e ideal para viajar a lo largo de carreteras de segundo o tercer orden, también a través de la ciudad y por pistas, que es donde se encuentra más natural gracias a sus suspensiones de largo recorrido, a su excelente chasis y a su posición de conducción, tanto sentado como de pie.
Las Himalayan se sintieron en su terreno favorito, gracias también a un asiento elevado a 800 mm del suelo que te permite ágiles movimientos. A peor camino, mejor se siente la moto y mayor resulta la diversión de la que se disfruta. Los motores de esta aventura, alimentados por carburador (a España llegarán con inyección), se ahogaban en las altitudes por las que viajaron, fue entonces cuando a nuestros tres protagonistas se les ocurrió cerrar la llave de paso para que entrase muy poca gasolina y así mejorar la mezcla. ¡Funcionó!
Por último, en el capítulo de incidencias y aparte de un pinchazo con la válvula arrancada y un manillar doblado tras una caída, el único percance mecánico que sufrieron se dio precisamente en Kishtwar, cuando una de las motos se negó a arrancar. Según nos cuentan, fue el momento de mayor tensión en todo el viaje.
Al final resultó que, por alguna inexplicable fatalidad, el empleado de la gasolinera repostó sólo aquella Himalayan con gasoil, mientras que en las otras dos lo hizo con su correspondiente gasolina.