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Obsesionado por la velocidad

Vaya por delante que no cuestiono la importancia que en la mejora de la seguridad vial tiene mantener una velocidad razonable y adecuada a las características de la via y del tráfico.

Lo que no es de recibo es que nuestras carreteras se vean literalmente sembradas de radares (y no precisamente en los puntos más peligrosos, si no todo lo contrario), convirtiendo la conducción diaria en un juego del gato y el ratón, y lo que es peor, desactivando la percepción natural y sana por parte del conductor de “cuál es la velocidad adecuada a la que DEBO circular” en favor de “cuál es la velocidad a la que PUEDO circular para que no me multen”.

Circulando por vías rápidas a menudo el coche de delante frena bruscamente sin causa aparente, hasta que descubres el motivo: un radar camuflado que para desactivar un peligro teórico (exceso de velocidad) acaba de provocar una situación de riesgo mucho más real (colisión por alcance, una de las peores pesadillas para el motorista). Y es que tan temerosos se han vuelto muchos ante los radares que incluso bastantes conductores a pesar de estar circulando a velocidad legal deciden frenar de golpe cuando les avisan sus sofisticados detectores, entorpeciendo peligrosamente el tráfico. Esta obsesión por no ser literalmente “cazados” provoca que demasiados conductores vayan más pendientes de su velocímetro que del tráfico que les rodea, con el grave riesgo que ello comporta debido al déficit de atención consecuencia de esta actitud.

Las autoridades responsables en seguridad vial saben perfectamente que la velocidad ilegal (la que sancionan los radares) es mucho menos importante como causa de accidente que la velocidad inadecuada (por debajo del límite legal, pero absolutamente desaconsejable dadas las circunstancias) o la falta de atención, actitudes ambas que incomprensiblemente no suelen ser objeto de sanción. En este sentido resulta mucho más peligroso, por ejemplo, circular a 50 Km/h por una calle estrecha sin visibilidad al lado de una escuela a la salida de clase que a 160 Km/h por una autopista de cuatro carriles libre de tráfico. Eso lo saben muy bien los alemanes, cuyas cifras de accidentabilidad están muy por debajo de las nuestras a pesar de que en muchos tramos de sus autopistas no hay límite alguno de velocidad. ¿Me pueden explicar esta aparente contradicción, Sres. de la DGT?

Pero el colmo del absurdo son los criterios empleados para limitar la velocidad, muy a menudo irracionales (en ambos sentidos, por exceso y por defecto), y lo que es peor, arbitrarios e imprevisibles, hasta el punto de que uno llega a sospechar que el personal dedicado a estas tareas carece incluso de permiso de conducir. Deberíamos tomar ejemplo otra vez de países vialmente desarrollados como Alemania o Francia, donde los límites legales de velocidad son en general respetados por los conductores de manera natural (lo he comprobado en persona) debido a su coherencia, y no tanto por el miedo a las sanciones como en España.

Bueno, ¿y todo eso qué tiene que ver con las motos?, pensaréis algunos. Pues mucho más de lo que parece, porque esta obsesión por la velocidad está convirtiendo nuestras vías rápidas en caravanas de vehículos circulando siempre en paralelo a la velocidad límite legal (no sea que por rebasar al de al lado me caigan 200 euros del ala y un buen puñado de puntos). Y esta es precisamente la situación más peligrosa para el motorista, siempre rodeado de coches entre cuyos conductores habrá un buen puñado de torpes o negligentes (ya no sé qué es peor) dispuestos a derribarte a las primeras de cambio, porque no saben o no quieren usar el retrovisor. La verdad, prefería tiempos pasados, cuando la gente te adelantaba a la velocidad que fuera (y tú a ellos, faltaría más), pero se circulaba por la derecha, podías mantenerte a cierta distancia de los coches aunque fuera a golpe de gas y sobretodo sabías a qué atenerte porque eras tú quien llevaba la iniciativa.

Como motorista seguiré conduciendo de manera responsable (por la cuenta que me trae), atento mucho más a las incidencias del tráfico que a la posibilidad de que me multen, cosa que supongo acabarán haciendo de todos modos. Y cuando eso ocurra, aunque me duela lo interpretaré como un mal menor. Son las consecuencias de valorar más tu seguridad que tu cartera.

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