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Viaje Exprés en una moto naked 125

Sí, se puede: hacemos casi 500 km con una Benelli BN 125 de marchas
Fotos: Tomás Pérez
Con esta escapada en una 125, después de hacerlo sobre una custom, una naked, una deportiva y un scooter, finalizamos nuestra saga de experimentos con motos que no contemplan el viaje ni en su diseño ni en su planteamiento inicial. Sólo 11,1 CV para hacer frente a casi medio millar de kilómetros durante unas horas.

En la elección de la moto para este particular experimento, debía de tener presente varias consideraciones, de manera que sirviera como referencia para todo lector que guarde en el bolsillo la llave de cualquier modelo de esta categoría. De ese modo, tendría que descartar las grandes marcas de la moto, por representar un valor tal vez demasiado consolidado en el mercado; también debía de dejar al margen las firmas más desconocidas, precisamente por todo lo contrario, y por resultar prácticamente inéditas para la mayoría. Debía de quedarme, también, por debajo de los 15 CV, límite administrativo de la categoría, y buscar algo bien diferente a lo que se pueda considerar un pepino de 125 cc, con sofisticados recursos para muchos jóvenes todavía sin carné.

Y la elegida es…

De ese modo elegimos una marca de sobra conocida como Benelli, sí, pero que se planta ahora en el mercado como firma reemergente, con un llamativo éxito en sus cifras de ventas. Por otro lado, pensamos que el experimento resultaría sobre el papel bastante más convincente rebajando casi un tercio la potencia límite de la categoría. Y en cuanto a la posición de conducción, debía de ser algo parecido: una colocación eminentemente urbana que nos alejase de posturas al estilo racing, más aerodinámicas.

Con ese combinado de condiciones, fui derecho a por la Benelli 125 S, una moto sencilla y austera, que propone una posición relajada del motorista, y una ergonomía bien marcada, para ofrecer una postura netamente touring, con un motor de refrigeración aire-aceite, que rinde esos modestos 11,1 CV.

Justo antes de salir con la Benelli BN 125 para nuestro viaje exprés.

Buen tiempo

Consulté esta vez a conciencia los mapas meteorológicos, poniendo especial atención en esas odiosas flechitas que revuelven el ambiente. Sólo faltaba que la mañana del experimento amaneciera con rachas de viento, casi huracanado, como ocurrió en nuestra experiencia anterior sobre el scooter.

El caso es que, al abrir la puerta de casa aquella mañana, la atmósfera se sentía tan quieta que los árboles parecían retratados en una fotografía, y un sol espléndido colgaba en el cielo para dejar la temperatura entre los 15 y 20 grados. Un día perfecto. ¡Qué más se puede pedir! Sí, perfecto sobre el papel. Veremos. Es lo que pensé, porque, por una razón u otra, estos viajes exprés han terminado en todas las ocasiones, sin pretenderlo, con un fuerte acento aventurero, debido las eventualidades, de lo más variopintas, por las que me ha tocado pasar. El calor de un horno, el frío con viento racheado, la tempestad en plena noche y una ventisca, también, con un granizo menudo en su seno.

El caso es que ésta última no iba a ser menos. Si bien es verdad que esta vez, no sería la meteorología quien pusiera de por medio las dificultades, sino el infortunio ajeno, la fatalidad, en medio de la carretera.

Junto a la entrada del circuito FK1 con la Benelli BN 125 en Villaverde de Medina.

Arrancamos

Si el motorista siempre tiene presente que los coches cuanto más lejos mejor, con una 125 y sus limitadas prestaciones sobra decirlo. Así es que traté de evitar las autovías que circunvalan la capital, en la medida de lo posible, ya que son vías en las que el tráfico circula con una prisa frenética en demasiadas ocasiones, y no era cuestión de ponerse a tiro llevando en casi todas las circunstancias una velocidad de solo dos cifras. A ello debía de sumarle, además, una circunstancia francamente preocupante; y es que han sido ya demasiadas ocasiones en las que he observado a bastantes conductores con la atención desviada del frente hacia algo que sostenían en la mano derecha.

Así pues, desde el Sur de Madrid apunté el manillar de la Benelli hacia el centro, en lugar de bordear la ciudad, hasta que alcancé el túnel de la Calle 30, donde su límite de 70 parecía mantenerme a salvo de jauría rodante que me escoltaba. A continuación me incorporé a la A-6, poniendo rumbo hacia el Noroeste de la Península.

Pero antes de iniciar la verdadera marcha, en quinta (cambio de 5 velocidades), debemos de subrayar la verdadera desventaja con la que jugaba esta 125, ya antes de empezar. Y es que llevar encima una tara de 108 kilos y una estatura de 1,91 m, como parapeto aerodinámico (es decir «yo»), representa un importante lastre a considerar. Seguro que con un motorista de talla S ganará en torno a un 25% en aceleración, por peso, y entre 5 o 10 km por hora en velocidad máxima, por la altura…

Así es que, teniendo en cuenta este importante detalle, que representaba para la Benelli casi como si fueran dos sujetos sobre ella, dejé atrás las primeras poblaciones serranas, que en realidad se hallan todavía dentro del extrarradio de la capital, para percibir por fin el primer síntoma particular de este viaje exprés en una 125. Uno no tiene conciencia de la pendiente que arranca prácticamente desde el Hipódromo y que se mantiene hasta las primeras rampas del puerto de Guadarrama.

Se trata de una subida muy tendida que varía, pero que sostiene su ascenso de una manera imperceptible cuando conducimos otra moto de cualquier cilindrada, o viajamos a bordo de un coche. Y es que, en lo que parece un altiplano, como Las Matas, resultaba imposible alcanzar las tres cifras en el velocímetro. De ese modo, aprendí a valorar durante todo el viaje los momentos en los que aparecían en el display.

La Benelli BN 125 posando en el Alto del León.

La cruda realidad

De todos modos, no entraría realmente en situación hasta mi primer encontronazo con la realidad, poco después de dejar atrás Collado Villalba, ya con sesenta kilómetros en el parcial, y delante de la primera cuesta seria que mira hacia el Puerto de El León. Sí. En un carril de incorporación que divisaba delante de mí, apareció un tráiler cogiendo velocidad a su ritmo paquidérmico. Cuando estuve a punto de alcanzar su parte trasera, cambié de carril, sin más, con la idea de adelantarle en un simple gesto. Craso error.

Cuando había rebasado los tres ejes del remolque, el camión había alcanzado una velocidad sorprendente, y yo me vi obligado a bajar de marcha para compensar la pendiente. Al llegar a la altura de la cabeza tractora, el adelantamiento se resistía como si me frenaran la moto, y al alcanzar justo la línea de la cabina, me quedé clavado a su altura. Las velocidades del grande y del chico se igualaron, ¡con el puño de la Benelli remangado a fondo!

Un momento después, el camión se desadelantaba por mi derecha, y no me dejó otro remedio que recular. Corté gas, en incluso creo que tiré algo del freno para que pasara más rápido, y me quedé a su retaguardia reprogramando mi paciencia y mis expectativas sobre la 125. Agoté la autopista hasta el último desvío, justo antes de entrar en el túnel. Había que ahorrar el mayor kilometraje posible por autovía, sí; pero tampoco era plan de hacer un tránsito tan pesado como es el de atravesar la población de Guadarrama. Así llegó la muralla del viaje y en buena medida el ser o no ser de esta experiencia, viéndome en pleno puerto con solo 11,1 CV en el bolsillo, y algo crucial en la subida, únicamente 10 Nm de par máximo.

Parada en el término de Villacastín.

Más largo aun

Apenas he dejado atrás San Rafael, se produce el golpe de teatro de este viaje, cuando de repente, encuentro el tráfico paralizado, con una cola de la que no alcanzo a ver el fin. Observo el margen de hierba que se extiende a mi derecha, sobre un terreno firme y lo suficientemente uniforme, y ya que el permiso para las motos circulando por el arcén, en caso de caravana, es un rumor elíptico que confunde a más de uno y que nunca ha sido real, salgo del asfalto, para apartarme a un margen la carretera. Así continúo unos 500 metros, y justo en el kilómetro 68, la N-VI está totalmente cortada, al parecer, por un grave accidente.

No sé qué hacer. Dar media vuelta supone volver nada menos que hasta Guadarrama, 14 kilómetros marcha atrás, con el puerto de por medio. Así es que tomo el desvío hacia Segovia y en Los Ángeles de San Rafael intento tomar un café para hacer tiempo. Y así me veo rondando por las calles de esta urbanización que promovió Jesús Gil, con aquella catástrofe que costó la vida a varias personas.

Al cabo de un rato, vuelvo al punto de corte creado por el accidente, y el agente encargado de desviar el tráfico me pinta un panorama que se va a demorar demasiado. Y para recuperar el rumbo de la N-VI, no me queda más remedio que dar un rodeo de 65 kilómetros, que tras el manillar de una 125, suman la sensación de unos cuantos más.

Así encaro todo ese tramo de carretera con una errónea preocupación en la mente: la de los camiones y la complicación que creo va a representar cada uno de sus adelantamientos. Sin embargo, la realidad resulta bien distinta porque apenas si encuentro algún gigante en mi camino, y no precisamente porque aflojara su tráfico ese día, sino porque no he calculado que llevo, prácticamente, la misma velocidad que ellos, y esa paridad hace difícil el encuentro. En cualquier caso, un motivo de felicitación para un servidor, eliminando una inquietud innecesaria y haciendo más placentero el viaje, con una contemplación verdaderamente deleitada de los amplios panoramas que ofrece el altiplano de Adanero.

Conduciendo por el retrovisor

Con ese paseo contemplativo, alcanzo el kilómetro 111, donde confluyen la autopista y la nacional, para converger en la A-6. La autovía abierta es un nuevo escenario, con pocos coches navegando por él; lo que me lleva a poner una atención extra sobre los retrovisores. La mayoría de ellos llegan a unos 120 por hora, o algo más, mientras que la Benelli BN 125 mantiene los cien justos y clavados. Además debo de tener en cuenta la impresión, a veces repentina, que representa una moto, a esa velocidad, para cualquiera de los demás conductores; y por si esto fuera poco era más que aconsejable mantener un ojo avizor sobre el que viniera siguiendo la última moda, cada vez más extendida, de prestar más atención al teléfono que a la carretera.

Pero cuando apenas he recorrido diez kilómetros de autovía, el tráfico aumenta de una forma misteriosa, con coches y más coches que viajan con la prisa de una huida, como pioneros de un fin de semana que arranca precisamente a esa hora (mediodía del viernes). Y veo cómo el flujo de vehículos se me echa encima, cuando lo más que puedo alcanzar son 110 por hora, rindiendo el alma del monocilíndrico… con mi peso y con mi talla, a cuestas.

En algún momento siento la tentación de apartarme al arcén para rebajar los riesgos; pero lo cierto es que mi dignidad como usuario de la carretera me obliga a mantenerme en el carril, además de que este relato-reportaje perdería cierto rigor, si así lo hiciera. Finalmente, no se produce ninguna situación más comprometida de lo que quiere dibujar mi imaginación, y de esa forma llego a la salida 156, para entrar en Medina del Campo. Atravieso la ilustre población para recorrer después unos diez kilómetros mal contados, hasta llegar a la puerta del circuito FK-1, con su pista de tierra como acceso final. En total: 265 kilómetros recorridos desde la partida.

Iniciando el viaje de vuelta con la Benelli BN 125 en Medina del Campo.

Punto de retorno

Encuentro la verja entornada e interpreto que está cerrado, que el personal de la pista se ha ido a comer, por lo que ni siquiera intento abrirla. Sin embargo sí que estaban dentro. Todo resulta ser un absurdo malentendido. Cosas de la imaginación de uno. El caso es que fue una lástima, porque iba con la idea de hacer alguna foto de la Benelli 125 S sobre la recta de meta. No fue así, y tan solo queda como testimonio la imagen de la entrada.

Una comida ligera, un café imprescindible en Medina del Campo, y antes de que los efluvios de la siesta hicieran su efecto, otra vez a la ruta para hacer la vuelta a casa. Ahora con un tráfico en la autovía mucho más escaso, por lo que me vi durante algunos kilómetros viajando en solitario, para volver a sentirme, otra vez, como el Motorista de Vitrubio, en esta ocasión la categoría mínima, pero con la misma dimensión trascendental que sobre cualquier otra moto.

Enseguida se encendió el testigo de la reserva y me detuve en el km 136 a repostar. Después de cargar a tope el depósito, hice cuentas de toda distancia recorrida con esta Benelli 125 S, al margen del viaje. Me quedé francamente sorprendido por la cifra del consumo: 365 km con 11,45 litros que le acaba de echar: 3,1 litros/100, a un ritmo sencillamente despiadado. Una autonomía extraordinaria, propia de las motos más viajeras, que coloca la modesta 125, al menos en esta magnitud, por encima de la mayoría de las naked touring que ofrece el mercado.

El tramo de la autovía que cubrí a continuación representó probablemente la etapa más placentera de este viaje, con algunos paisajes solitarios, mientras observaba lacias las mangas que miden el viento, inertes, colgadas en paralelo con sus mástiles.

Segunda muralla

Pero el placer duró bien poco, porque fue precisamente entonces cuando aparecieron algunas pequeñas molestias en el trasero. El asiento de la pequeña Benelli no es el de una auténtica touring, evidentemente, y su espumado resulta más propio de una moto urbana, que por otro lado no viene nada mal para ejecutar los cambios de dirección con un mayor control de la moto. A pesar de la ergonomía de este asiento, que deja el trasero más bien encastrado, podemos recolocar ligeramente nuestra anatomía hacia adelante para que apoyemos la línea media de los tacones de las botas sobre las estriberas y colguemos el tronco totalmente de los brazos, al modo de una postura custom y salvando las distancias, claro está.

En el km 111, volví a entrar en la N-VI, con su doble sentido, y continué percibiendo la tónica viajera, manteniendo aún cierto deleite, hasta que llegué nuevamente a San Rafael. Allí detuvo mi marcha un agente de la Guardia Civil, apartándome a la derecha. Este tipo de situaciones, quiera uno o no quiera, levantan su inquietud, aunque se conduzca una silenciosa e inofensiva 125. La cosa es que me invitó a soplar en un aparato, y después de concluir la operación, sin más trascendencia, me dio paso para salir de nuevo a la carretera, deseándome un buen viaje. Gracias, señor agente.

La subida por la cara norte del puerto muestra una pendiente más llevadera, y conduciendo un motor tan pequeño, se llega a apreciar una diferencia de la que, honestamente, creo no he sido consciente nunca, después de los cientos de veces que he pasado por este puerto de El León.

Una nueva incorporación a la A-6 revive las pequeñas molestias en el trasero. Pero para este tramo no podía relajarme demasiado con una postura “custom”, porque el tráfico era realmente nutrido, y todos los vehículos viajando como mínimo a 120 por hora, con lo que el flujo que veía llegar de continuo a mi retaguardia, a través de los espejos, era verdaderamente intenso. Y el flujo aumentó su caudal hasta un punto en el que, no es que mirase más a través de los retrovisores que al frente, es que centré mi atención sobre lo que venía por detrás, dejando una supervisión secundaria para el frente.

A 20 kilómetros de Madrid, encontré las habituales retenciones, un escenario por fin favorable a la Benelli; mucho más aun al entrar en la capital y cruzarla por la M-30 en sentido Sur. Allí resarcí la pequeña venganza de la 125, para alcanzar por fin la meta de este viaje con un regusto agradable, mientras me despojaba del casco y de los guantes, y consultaba el contador parcial frente a la puerta de casa: 465 kilómetros. Miré el reloj y me salían dos horas y cuarto para el trayecto de vuelta, con las brevísimas paradas del repostaje y el control de alcoholemia incluidas. En total, cinco horas netas, más o menos, para todo el viaje, ida y vuelta.

Repaso de las secuelas

Pasé el resto de la tarde manteniendo, más o menos, la misma actividad de todos los días, con igual intensidad. Y en cuanto a las pequeñas molestias del trasero, desaparecieron en cuanto me levanté de la moto. Ni al día siguiente ni al otro aparecieron ninguna clase de agujetas en ninguna parte del cuerpo; así es que, por tanto, un viaje así no solo es más factible de lo que parece, sino mucho más llevadero de lo que se pueda pensar en un principio. Tan solo hace falta saber deleitarse con cada panorama que va pasando por nuestros flancos, abstraernos en la trascendencia del motorista en solitario y, eso sí, un poco de paciencia. Pero tan solo un poco.

Al término de los 465 km en 5 horas, ni un sudor, ni un olor que llamara la atención en la Benelli BN 125.

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