Cuando llega a la redacción una moto como nuestra protagonista de hoy un tenso silencio precede a la asignación del elegido para probarla. En este caso los dioses me fueron favorables, y tuve la oportunidad de comprobar de primera mano todo lo que ya había leído de ella tras la puesta de largo internacional en el Circuito de Cheste.
La 959 Panigale es una de esas motos que te hacen sentir piloto desde el momento en el que cruzas la puerta del garaje. Los cambios estéticos respecto a su predecesora son sutiles pero acertados ya que, sin ser igual a su hermana mayor, es indudable que se trata de una Panigale. Quizás el escape sea lo que menos encaje en su esbelta silueta ya que parece sacado de una deportiva de otros tiempos, si bien es cierto que lo verás con otros ojos cuando escuches el sonido ronco y seco que emana de él una vez la arrancas.
Ni que decir tiene que, como toda buena deportiva, la ciudad es el entorno en el que peor se desenvuelve con diferencia. A pesar de tener unas medidas contenidas, con 83 cm de altura del asiento al suelo y un ancho de 746 mm, sus retrasadas estriberas y la altura de sus semimanillares no la convierten en la moto ideal para moverte por la urbe en el día a día, es cierto que la entrega de potencia a baja velocidad es suave y eso se agradece cuando nos movemos entre el tráfico.
Por fin llega el fin de semana y vuelvo a mi garaje, pero esta vez enfundado en el mono de faena, mi tramo favorito de carretera de montaña me espera y ya veo el momento de afrontar las primeras curvas. En parado, justo antes de salir configuro sus múltiples opciones electrónicas a través del completo display que aparece en su instrumentación digital.
La avanzada electrónica de esta 959 nos permite seleccionar 3 modos de conducción (Wet , Sport o Race), cuenta con un exquisito control de tracción que nos permite elegir su nivel de intrusismo en 8 posiciones, como también podemos configurar la retención del freno motor, así como crear un modo acorde a nuestro nivel de pilotaje, lo que ya me parece hilar muy fino. Cuando seleccionamos uno de los tres modos de conducción estándar, la centralita ya modifica el resto de parámetros por nosotros para que todos ellos actúen en consonancia, permitiéndonos sacar el mayor partido posible a esta Ducati.
Siempre he escuchado ese refrán de No existen peces gordos que pesen poco, pero esta Panigale me ha hecho replanteármelo. Las sensaciones que transmite una vez comienzas a trazar curvas es de que se trata de una moto fácil e intuitiva, su comportamiento a nivel de chasis y agilidad podría ser atribuido a una Supersport sin ningún lugar a dudas. Pero cuando “enroscas” el acelerador electrónico y comienzas a engranar marchas con el cambio semi-automático despierta la Superbike que lleva dentro: declara la nada despreciable cifras de 157 CV a 10.500 con un par motor de 107 Nm, más que suficiente para disfrutar pilotando sin el lógico miedo constante de pasarnos con el gas.
Como suele ser habitual en una Ducati, su parte de ciclo es de primera, con un equipo de frenos firmado por Brembo y asistido por un ABS Bosch que, en combinación con su embrague anti-rebote de serie y su freno motor, te hace quedarte con la sensación constante de frenar más de lo necesario antes de afrontar la curva. Incluso una vez dentro de esta, parece que vas “parado” puesto que gira tanto que te mete hacia el interior muy fácilmente gracias a su nuevas geometrías. Esto es una percepción subjetiva, claro, porque la velocidad de paso por curva es brutal, teniendo que superar un periodo de adaptación en tu pilotaje como consecuencia de tanta manejabilidad.