Hubo que esperar 1.043 días para ver a Marc Márquez volver a subir a lo más alto del pódium, una proeza (sí, proeza), al alcance de unos pocos elegidos tocados por la barita mágica del talento y la constancia. Porque si en algo destaca el piloto catalán es precisamente por atesorar estas dos cualidades, algo que lo ha encumbrado a estar entre los 5 mejores pilotos de la historia, por trayectoria, pero sobre todo por ese ímpetu descarnado cuando de pilotar se trata.
Sin embargo, hace apenas dos días, cuando Márquez ratificaba su buen estado de forma con una nueva victoria, a más de uno se nos vinieron a la mente recuerdos de épocas pasadas. Esas donde el motociclismo de competición estaba hecho en exclusiva para un compendio de tíos más parecidos al protagonista típico de un western americano, que a un deportista de alto nivel, propiamente dicho.
Marc Márquez: Una especie en peligro de extinción
A decir verdad, desde aquella época de los Doohan, Rainey, Schwantz, Lawson y compañía, pocas han sido las veces en las que un piloto de motos nos ha llevado al extremo más álgido de la emoción en cada aparición estelar sobre la pista. De hecho, a lo largo de la era MotoGP, si exceptuamos al mago de Tavullia, Valentino Rossi, Casey Stoner y a su modo el talentoso Jorge Lorenzo, prácticamente ningún otro nos ha hecho levantarnos eufóricos de la silla un domingo de carreras, al menos de manera continuada a lo largo de varias temporadas.
La diferencia entre los de antes y los de la era actual es que entonces, el arrojo y los altos niveles de testiculina se servían tres veces al día con cada comida y casi cualquier piloto que compusiera la parrilla de la categoría reina podía sacarnos una sonrisa de oreja a oreja un fin de semana de competición. Daba igual que estuvieran en clara desventaja en términos mecánicos, dinámicos o técnicos. La intención siempre era la misma cuando la bandera a cuadros caía: Ganar.
Es por ello que cuando el pasado domingo Márquez decidió pasar al ataque en plena vorágine de sensaciones, producidas por lo que parecía un inminente cambio de escenario de seco a mojado sabiendo, como el mismo declararía después, que era un todo o nada, por las altas posibilidades de irse al suelo, a un servidor se le iluminó la cara de emoción. Y la imagen que nos ofrecía en ese momento el trazado del emblemático circuito de Misano pareciera por momentos haber retrocedido en el tiempo para hallarse custodiado por alpacas de paja, componiendo el perímetro que delimita el circuito transalpino.
Como si el espíritu de uno de aquellos viejos vaqueros que competían en la antigua categoría reina se hubiera apoderado del piloto español, Márquez hizo lo que mejor sabe, dar espectáculo. Además, conduciendo de la manera más fina y eficiente que le habíamos visto en mucho tiempo, demostrando, vuelta a vuelta, por qué en esto de las dos ruedas los hay muy buenos y luego una pequeña categoría donde encontramos a los que pilotan acariciando la excelencia.
Pero esto no va de números, de victorias o de la simpleza que expone una tabla de resultados de cara a la galería. Es mucho más que eso, es casi un canto de cisne al carisma, a la pasión, al hambre de ganar. Porque eso es precisamente lo que atesora Márquez a diferencia de un alto porcentaje de los pilotos que conforman el plantel actual de MotoGP, unas ganas inmensas de volver a ser el mejor y de demostrar por qué, entre otros, se convirtió en la criptonita del que posiblemente sea hasta la fecha el mejor piloto de la historia, Valentino Rossi.
El jefe está de vuelta, y ya da casi igual lo que suceda de aquí a final de temporada. Todos deseamos ver de qué será capaz cuando, a igualdad de condiciones, se enfrente al actual campeón del mundo, Pecco Bagnaia, pero también a pilotos del nivel y profesionalidad de Jorge Martín, Pedro Acosta o Enea Bastianini, entre otros.
Márquez nos deleitó con una nueva victoria casi escenificando un tributo a aquellas leyendas que cada mañana de domingo nos hacían soñar con las motos convirtiéndose en la referencia de la inmensa mayoría de los pilotos de generaciones posteriores. Crivillé, Roberts, Cadalora, Spencer, Gardner o Kocinski, por citar a algunos de ellos, deben aún estar saboreando la última función que nos ofreció Marc, pero sobre todo, a buen seguro, habrán recuperado la esperanza de que el Mundial de MotoGP pueda ser algo más que un reguero de frías cifras exiguas de cualquier ápice de pasión.