Hay un término japonés que hace referencia a la inspiración como una pura emoción. Se trata del kando. La pasión por algo cobra vida con el kando. Ese sentimiento fue lo que impulsó hace ya más de 128 años a Torakusu Yamaha, un joven emprendedor japonés fascinado por la ciencia y la tecnología occidental. Japón vivía entonces tiempos de cambio y transformación, propiciados por el periodo Meiji, una nueva etapa que marcó la modernización del país, una transformación que se produjo a ritmo vertiginoso, dejando atrás todas las estructuras sociales y administrativas del pasado.
Japón era una cultura ancestral en la que la tradición se había conservado durante siglos, negando todo contacto con Occidente y su cultura. La sociedad japonesa mantuvo su aislamiento y su estructura feudal hasta bien entrado el siglo XIX, pero el fin del shogunado en 1867 propició la llegada de un nuevo tiempo.
A Torakusu Yamaha le tocó vivir esos momentos de transformación social en plena juventud, y la apertura de Japón a nuevas culturas e ideas, nuevos productos y diferentes formas de ver la vida, impactó profundamente en el joven Torakusu. Lo primero que le interesó fueron los relojes, que enseguida se pusieron de moda en las grandes ciudades japonesas. Era una representación fácil y sencilla de la modernidad occidental. Esa tecnología de precisión atrapó a Yamaha, y decidió montar un negocio de fabricación y reparación de relojes. Su capacidad pronto se vio reconocida, y en alguna ocasión también le encargaron reparar instrumental médico, lo que le abrió otra vía de negocio. Con frecuencia acudía al hospital de Hamamatsu para prestar sus servicios.
Yamaha descubrió la música por casualidad: en una visita a un hospital le pidieron que intentara arreglar un viejo órgano.
En una de sus visitas al hospital, sabiendo el buen hacer de sus hábiles manos, le pidieron que intentara arreglar un viejo órgano. Y Torakusu Yamaha encontró el kando en aquella labor. El descubrimiento de la música le inspiró. No sólo consiguió arreglarlo, sino que además fabricó un primer prototipo de un modelo propio, y hasta estudió música para aprender a tocarlo adecuadamente, aunque los primeros pasos resultaran decepcionantes y fuera criticado cuando mostró su creación en el instituto musical de Tokio, la nueva capital.
Pero ya había tomado su decisión: en 1887 fundó Nippon Gakki, dedicándose a la fabricación de pianos y órganos, y sólo una década después incorporó a la marca el célebre e inconfundible logotipo que acompaña a todos los productos Yamaha: tres diapasones cruzados.
Nippon Gakki se estableció en Hammamatsu. Se ganó un merecido prestigio como fabricante de instrumentos musicales y material quirúrgico, una labor a la que Torakusu Yamaha se entregó hasta su muerte, en 1916. Pasaría mucho, muchísimo tiempo, antes de que la compañía mostrara su interés por la automoción. Su fama en el mundo de la música era notablemente reconocida, pero nadie habría imaginado que llegaría un día en que los sonidos de sus instrumentos y los decibelios emitidos por un motor transmitirían emociones similares.
La industria motociclista
Fue Genichi Kawakami, presidente de Nippon Gakki a partir de 1950, quien se sintió atraído por el mundo del motor como una nueva vía de negocio para la compañía. Y se interesó por las motos porque la sociedad japonesa, que intentaba recuperarse de la catástrofe y el caos derivado de la guerra, reclamaba un medio de transporte propio.
Tras la II Guerra Mundial, las condiciones de la rendición impuestas por Estados Unidos fueron muy severas para controlar el crecimiento industrial y el rearme de Japón, forzando prácticamente el desmantelamiento de Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo y Yashuda, algunas de las grandes compañías industriales japonesas, así que había grandes oportunidades de avanzar en este terreno. En Japón se daba el clima propicio.
En 1953 una serie de distribuidores de motocicletas quisieron incentivar la decrépita industria motociclista japonesa organizando carreras abiertas únicamente a maquinaria producida en Japón. Así surgen competiciones como la carrera del Monte Fuji y la Asama Race. La política de aranceles del gobierno japonés, que cargaba con importantes impuestos las motos extranjeras al tiempo que lanzaba la campaña “Compra japonés”, contribuyeron a impulsar la industria motociclista japonesa, que tras la guerra había quedado diezmada. En Hammamatsu apenas quedaba una cuarta parte de las más de cuarenta marcas que se habían establecido antes de la guerra. En 1954 Kawakami propone a su consejo de administración la creación de Yamaha Motor Company, destinada a la fabricación de motos, tomando este nombre en homenaje al fundador de la compañía.
Kawakami propuso crear una división de motocicletas en 1954. Algunos consejeros de Nikkon Gakki se opusieron.
Los primeros pasos no fueron sencillos dada su inexperiencia en el sector de la automoción y los limitados recursos que contaban para financiar el costoso programa de investigación y desarrollo que requería la nueva empresa. Los primeros diseños de Yamaha se basaron en modelos procedentes de otras marcas, como la DKW RT 125, la mítica moto realizada por Hermann Weber en los años treinta, que sirvió de base para un sinfín de marcas: BSA y Harley-Davidson se apropiaron del diseño de la DKW RT 125 para crear sus motos ligeras Bantam y Hummer, respectivamente. Y Walter Kaaden, padre del motor de “dos tiempos” moderno, partió del diseño de Weber cuando comenzó a trabajar para IFA, el germen de la futura MZ.
Yamaha destacó por la introducción de importantes cambios estructurales en la moto, como una caja de cambios de cuatro velocidades en lugar de las tres originales de la DKW, y tuvo detalles innovadores, como la colaboración con el profesor Koike, de la Academia de Artes de Tokio, que actuó como asesor de diseño industrial.
YA1, la primera moto
Así nació la primera Yamaha, la YA1, una 125 monocilíndrica, de cuatro velocidades y 94 kilos de peso, con 5,6 CV de potencia, y capaz de alcanzar los 80 km/h. En julio de 1955 ya se habían producido mil unidades. Y ese mismo mes Yamaha debutó en competición con tres YA1 en la carrera del Monte Fuji. A pesar de trabajar con una moto básicamente estándar, se consiguió un resultado extraordinario: colocó dos de sus motos en las dos primeras posiciones, batiendo ampliamente el récord de la carrera, y endosando cuatro minutos al tercer clasificado, que corría con una Showa. Meses después, en noviembre, se repitió el éxito en la Asama Race, donde sus YA1 ocuparon las cuatro primeras posiciones, batiendo con claridad a Honda y Suzuki, que ya acumulaban una importante experiencia en competición.
A partir de se momento, la progresión de Yamaha en el mundo del motociclismo fue imparable. No tardó en disputarle a Honda la hegemonía en las competiciones japonesas, y cuando la marca del ala dorada decidió ir al Mundial en 1959, Yamaha también aceptó el reto de salir a medirse con los mejores fabricantes del planeta sólo un par de años después. Pero este éxito, tan sorprendente como inesperado para algunos miembros del consejo de administración de Nippon Gakki que años atrás se vieron sorprendidos por la iniciativa, no apartó a Genichi Kawakami del espíritu del fundador, vinculado a la música.
Preocupado por el arraigo de la música entre los japoneses, Kawakami creó la Yamaha Music Fundation, que permitió a muchas familias japonesas acceder a estudios musicales, normalmente costosos y muy limitados, a unos precios muy razonables, y publicó una notable obra, “Reflexiones sobre la popularización de la música”, en la que defendía el acceso a la cultura musical como un asunto clave en la sociedad.
Kawakami siguió al frente de Yamaha hasta 1983, con un paréntesis entre 1977 y 1980, y una vez retirado siguió disfrutando del privilegio de la música y los decibelios, con idéntica pasión. Su decisión permitió la creación de uno de los mayores fabricantes de motos del mundo, que ha alcanzado el segundo mejor palmarés en la historia de la competición, jalonado por títulos y victorias prácticamente en todas las categorías y casi desde su inicio, allá por 1961. Yamaha fue competitiva y empezó a ganar títulos a partir de 1964, con Phil Read, en 250, y desde entonces acumula 38 campeonatos del mundo en los Grandes Premios y 492 victorias.
Kawakami permitió aunar cosas tan aparentemente dispares como un piano y una motocicleta. Ese estado de inspiración es el que ayuda a ajustar las clavijas de una guitarra en busca de su correcto afinado, del mismo modo que se suben o bajan “clics” en el hidráulico de una horquilla. Eso es el kando.