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Vuelta on board a Jerez sobre los 326 CV de la Kawasaki Ninja H2R

Invitamos a nuestros lectores a acoplarse con nosotros tras la cúpula de la Kawasaki Ninja H2R y sentir toda la fuerza de su aceleración, porque rara vez se tiene el privilegio de dar una vuelta a nuestra pista más familiar del Mundial de MotoGP con la moto de serie más potente y más rápida que jamás se haya fabricado. Vamos a ello.

Situémonos sobre el pit lane y demos el último repaso al menú electrónico que hemos seleccionado: El control de tracción en el tercer nivel, siendo el noveno el más intrusivo, el freno-motor en su ajuste intermedio, y el ABS, desconectable mediante una sencilla operación, en su grado más permisivo.

Miremos al fondo para plantar la vista en el carril de aceleración… Pero antes de apretar el embrague, hinchemos el pecho con una profunda inspiración, y soltemos a continuación el aire, lentamente, para liberar con él un profundo suspiro y parte de esa tensión inevitable que nos ha creado tanto el aspecto de de este monstruo telúrico como las imponentes cifras que nos ha enviado por delante, más como una seria advertencia que como una mera carta de presentación.

Ahora sí, apretemos el embrague y dispongámonos a vivir una de las experiencias más excitantes que se pueden concebir hoy día sobre dos ruedas.

Envueltos por un sonido diabólico, que repica en nuestros tímpanos como una trompeta apocalíptica, entramos a la pista jerezana con el primer empujón de este pepino alimentado por compresor. De inmediato, nos echamos encima de la curva Michelin y, con el cambio de dirección a la número tres, hacemos el tránsito por el trance más tortuoso para esta caza récords. Y es que la H2R, como explicamos en su prueba, no guarda las cotas de una deportiva ni tampoco su geometría, aunque se trate de un modelo exclusivo para la pista.

A la salida de este viraje, ya empezamos a sentir el verdadero empuje de un escuadrón multitudinario que, curiosamente, podemos graduar casi a placer con cada milímetro que gira nuestro puño. Al tocar el ápice de la curva (4) en la que Doohan acabó su carrera de campeón, remangamos el acelerador para sentir un impulso contenido por la electrónica, emitiendo por la boca abierta del escape un petardeo característico, que algunos identifican con el sonido de las palomitas, pero que en esta H2R suena como los disparos de una ametralladora antiaérea.

Así llega Sito Pons (curva 5), en un pestañeo que no imaginamos, para vernos sumergidos en su trance ciego hasta que por fin tocamos su ápice. Allí abrimos otra vez a full cuando divisamos nuestra referencia. Entonces, el piano exterior nos recorta la pista, se nos echa encima para sacarnos a la hierba, y tenemos que tirar todo el cuerpo al interior para que esta Ninja del demonio se mantenga sobre el asfalto, mientras empuja como cien carros de Ben Hur por la suave bajada que nos entrega en el tramo recto más largo del circuito.

Teniendo en cuenta que salimos a la mitad de la velocidad con la que lo hace un piloto de MotoGP, no se nos puede hacer más corta esta recta. Dura apenas un suspiro, durante el que no podemos perder el tiempo recuperando el resuello: sería un lujo que pagaríamos a continuación. Tercera hasta el corte, sintiéndonos sobre una auténtica lanzadera, y cuarta hasta casi, casi apurarla por completo. Pero nada más. Ahí nos quedamos. La quinta nos invita a probar quizá una recta como la de Montmeló o como la de Mistral, en Paul Ricard, y la sexta, sencillamente, nos envía al Lago Salado de Bonneville.

Con la Super Stock siguiendo y grabando a la H2R en Jerez

La grava que cubre la escapatoria de Dry Sack (Curva 6) se abalanza sobre nosotros. La H2R frena, frena, y se retuerce atravesando la rueda trasera, mientras sentimos el antirrobote del embrague trabajando sobre ella. Tenemos que amarrar la mirada al interior del viraje para no perder la dirección de nuestra trayectoria, y tirar todo el cuerpo hacia él, hasta que por fin conseguimos hacer entrar la H2R por la trazada. Al abrir gas en este punto tan lento, debemos mantener un segundo de paciencia hasta que el DTC (insisto: sólo en el nivel 3) nos permite salir con una la aceleración del tetracilíndrico sobrealimentado que nos catapulta sobre el viraje siguiente (7), una curva que resulta sencillamente apasionante, como todo el paso por el tramo rápido del final, donde la H2R da una confianza rotunda, con una fijación al asfalto que invita a enroscar y enroscar un puño verdaderamente adictivo.

Y así llegamos a la recta de meta. Sin duda, la recta de atrás no sólo es más larga, sino que se sale a ella más deprisa, sin embargo el paso por la meta forma un escenario bien distinto, con otros componentes que transmiten al piloto una sensación mucho más intensa, una sensación que llega a resultar, incluso, sobrecogedora.

Y es que, al terminar de negociar el viraje de Jorge Lorenzo, encaramos un auténtico pasillo de aceleración, acotado a la izquierda por el muro del pit lane, con la elevada verja que lo corona mostrándose opaca en la perspectiva, y a la derecha por el otro muro que contiene la monumental tribuna que se levanta a nuestro paso. Para dar una idea de la rotundidad que muestra la aceleración de la H2R, diremos que la cámara que la seguía iba instalada sobre una Super stock de mil, conducida por un auténtico piloto, o ex piloto, con 40 kilos menos de peso que el paquete que firma este escrito (108). Esta cámara revela cómo esa super stock abre el gas mucho antes y además cómo exprime cada marcha, llevando el cuentavueltas a la línea roja mientras se eleva el tren delantero. En esa secuencia se aprecia cómo la H2R va perdiéndose, irremisiblemente, en el fondo de al recta.

Frenando con la H2R para abordar la curva Michelin de Jerez

Y es que a bordo de esta Ninja bestial, cuando agachamos la cabeza en la salida a la recta, la sensación que nos traspasa el cuerpo mientras exprimimos la segunda y la tercera es la de entrar en El Túnel del Vértigo, mientras el megáfono lanza al viento el aullido del mismísimo Meristófenes. Ya sabe el lector que, en velocidad, todo es relativo. No se percibe ninguna sensación yendo a mil por hora en un vuelo comercial, mientras que bajar a 20 por un intrincado sendero sobre una mountain bike puede resultar la experiencia más rápida de nuestra vida.

Pero el paso por la recta aún nos guarda un vibrante colofón que llega a erizar el bello, con una punzada de adrenalina en cada terminal nerviosa de nuestro cuerpo. Al empalmar la cuarta, perdiendo el contacto de la rueda delantera con el asfalto, parece que el escenario se nos viene literalmente encima, y es como si el emblemático edificio del Ovni fuera a precipitarse sobre nosotros, como una nave bélica haciendo un paso rasante justo por encima de nuestra cabeza. Y de repente, cuando apenas nos ha revasado su sombra, la curva de la Expo ’92 (1) se agranda, se agiganta en nuestra perspectiva como si fuera a engullirnos en sólo bocado.

Pero tranquilo. Tranquilo, amigo lector. Ya puede secar su sudoración porque tan sólo se trata de una vivencia en letras y en imágenes; una vivencia casi virtual sin haberse movido siquiera de su silla. Tranquilo, sí, tan sólo se trata de una ficción trasladada hasta su imaginación desde la realidad que vivimos sobre la moto más potente y veloz que jamás se haya construido en serie.

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