La salida del gran Lago di Garda nos obliga a desayunar en Verona, dulce condena visitar la ciudad de Romeo y Julieta, la cual se ha apropiado de estos personajes como parte fundamental de su eje turístico. Los pocos kilómetros que recorremos hasta llegar vuelven a dejarme esa impresión de lo bien que han sabido cuidar en Italia el campo y las tierras de labor, la “campagna” es agradable y verde. Todos los tramos en moto a lo largo de todo el país destacan por su belleza y excelentes vistas panorámicas.
Otro punto fuerte que me gustaría importar es que la movilidad en moto dentro de las ciudades está mucho más desarrollada que en España. Los parkings para moto son abundantes y los accesos para moto generosos, nuevamente pude dejar la Explorer en el mismísimo casco histórico una vez crucé las murallas de la ciudad. La Arena de Verona es uno de los anfiteatros romanos mejor conservados y posiblemente el edificio dedicado a conciertos más antiguo del mundo. Se dice que su acústica es espectacular y su capacidad para 30.000 espectadores le permite tener una agenda de lo más ajetreada. No soy aficionado a la ópera, pero desde luego no me importaría iniciarme en ella asistiendo a alguno de los conciertos que aquí se celebran. Permitidme resaltar que fue construido en el 30 DC, demostrando una vez más la habilidad romana en el arte de la construcción.
El resto de la ciudad es mucho más medieval, su centro histórico es pequeño y se recorre a través de estrechas calles entre edificios no excesivamente elevados. Demasiadas tiendas de firmas italianas para mi gusto, pero son las que tienen el poder adquisitivo suficiente como para regentar locales de un precio tan elevado. En cualquier caso, es una ciudad muy agradable de visitar, todo está cerca y hay mucho que ver: El puente de piedra, Plaza del Erbe con su mercado medieval y el imprescindible balcón de Julieta. Por cierto, en esta última visita destacar que en el patio hay una estatua de Julieta que según la tradición da buena suerte tocar un pecho, se hace un poco raro pero lo hice de todos modos.
Me resistí a visitar Venecia por aquello de “o voy en moto o no voy”, pero no dejé pasar la posibilidad de ver Padua. La ciudad de San Antonio, donde reposan sus restos es el contrapunto perfecto a Verona o Venecia y su masiva afluencia de visitantes. Íntima y calmada, la situaría cerca de ciudades como Brescia, donde la sensación de disponer de ella para ti solo es el contrapunto a un país lleno de visitantes. Hay dos lugares de obligada visita: Prato della Valle es un precioso parque rodeado por un canal flanqueado por estatuas, donde paré la moto de manera instantánea para descansar en uno de sus bancos y la Basílica de San Antonio. Esta última, pese a estar en obras en su fachada principal, me pareció diferente a lo visto anteriormente. Cuenta con jardines en su parte posterior, es más personal y menos ostentosa que los grandes Duomos que he dejado atrás, la explicación o más bien mi explicación es que estamos hablando de uno de los fieles de San Francisco y los franciscanos tienen una visión del cristianismo diferente, la cual se deja ver también en la arquitectura.
En esta zona y bajando ya hacia la parte de Emilia Romagna es el territorio elegido para la industria del motor. Resulta bastante curioso que las fábricas más reconocibles tanto de motos como coches estén a pocos kilómetros la unas de las otras. Hagamos un pequeño repaso de las más representativas: entre la sede de Ferrari en Maranello y la de Maserati en Modena apenas hay 20 kilómetros, los mismos que hasta Sant’agata Bolognese, sede de Lamborghini. Osea que en 40 kilómetros están ubicadas las tres fábricas más reconocibles de la industria italiana.
Pero es que con las motos pasa algo parecido. Desde Noale donde está la sede de Aprilia hasta la famosa Borgo Panigale, sede de Ducati hay 150. Y desde Ducati a Bimota, en Rimini, hay 120. Sólo Fiat y MV Agusta se escapan de este radio. Como recomendación en el caso de ser seguidores de Ferrari, os sugiero que visitéis el restaurante Montana en Maranello, no es barato pero si excelente. Decoración de ensueño para los seguidores de la fábrica.
Este día de ruta un tanto ajetreado y tan diverso (lagos, anfiteatros, basílicas y motores) daba con su final en Bolonia. La visité ya de noche, algo clásico en este viaje, y cuando paré la moto justo debajo de las torres Garisenda y Asinelli que es el conjunto de edificios identificativos de la ciudad, no pude dejar de pensar: «¿a estos italianos se les ha vuelto a torcer una torre?». Están inclinadísimas, y uno de los recientes terremotos que sacudieron la región no ayudó a enderezarlas. Anduve por la ciudad buscando el mejor lugar para cenar espagueti boloñesa, para darme cuenta que aquí se llaman tagliatelle al ragú. Les llamen como les llamen, estaban deliciosos y no dejéis pasar la oportunidad de acompañarlos con un buen vino para culminar esta jornada entre el Veneto y la Emilia Romagna.